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lunes, 4 de julio de 2011

Don't touch my balls

Era jueves. Ese día tenía turno de tarde en Mercadona donde lleva años trabajando como cajera. Ese día además, estaba de buen humor. A las nueve y cuarto había dejado a sus dos preciosas hijas en el colegio. A la salida se había encontrado con otras tres madres que estaban o bien en paro o bien en turnos de tarde. Habían ido juntas a tomar café a una terraza, aprovechando el buen clima de mediados de Junio. Charlaron sobre la sorpresa que le iban a dar a la profesora de sus hijos entre todas, sobre el paro, y como no, sobre maridos. Ella en concreto estaba muy enamorada del suyo, pero también le gustaba recibir piropos en el trabajo de algún compañero o cliente, ya que así se sentía no sólo madre y esposa sino también sexy y seductora. Y así cada día, volvía a casa con su familia a la que adora, a poner cenas, baños, pero siempre con el placer del deber cumplido, y bien cumplido, porque ella no es la típica empleada amiga de escaquearse. No le gustan las tonterías y sí el trabajo bien hecho.

Ese jueves, tras desayunar con sus amigas y reirse muchísimo, dejó la casa más o menos organizada y se fue a trabajar. Como era un día tan soleado y alegre y todo iba tan bien, estaba hasta arriba de gente en la caja pero estaba feliz. Ayudaba en lo que podía, como siempre, a los clientes que no daban abasto con las bolsas. Y entre cliente y cliente, si podía, hacía algún comentario con su compañera más cercana. Estaba feliz, tenía trabajo, se sentía valorada en su empresa, sus niñas la adoraban, tenía buenas amigas, y su marido seguía loco por ella. Pensó que podría haber sido millonaria pero que tal vez en ese caso no habría sido tan feliz.

Entonces llegó ella. La tocahuevos. Llegó con su carro lleno hasta arriba y lo puso todo desordenadamente en la cinta. Una vez depositado todo desordenadamente en la cinta y perdón por la redundancia, se puso a hacer una llamada por el móvil, entiendo que urgentísima como todo lo que hacen las tocahuevos. La tocahuevos, en adelante TH, hablaba y hablaba no sabemos si para que le oyera su interlocutor o todo el supermercado, pero hablaba sin parar y el montón de trastos que había dejado en la cinta ya había dejado de ser asunto suyo. Ella a su rollo. La clienta que iba delante de TH ya había pagado y se había despedido, y ahí estaba TH con su volcán de artículos delante, raja que te raja por el móvil sin ninguna intención de involucrarse con aquella pila de trastos. La cajera se dirigió a TH con una sonrisa y un “buenas tardes”. No recibió ninguna respuesta. Como nuestra prota de hoy no era nueva en el puesto, ya tenía suficientes datos sobre la mesa para saber perfectamente que se le había jodido el hermoso día y que tenía delante a una auténtica tocahuevos. Respiró hondo y decidió que aquello no le iba a hacer perder los nervios, porque tenía como ya sabemos dos hijas que mantener y su marido tampoco ganaba tanto como para poder mandar a la mierda el trabajo y a TH.


Comenzó la cajera a introducir algunas cosas en bolsas, mientras TH seguía como si aquello no fuera con ella, hablando de estupideces nada urgentes por el móvil, y con una falta de respeto por desgracia bastante frecuente hacia la cajera. En esto que la cajera estaba haciendo ya todo el trabajo, asumiendo que TH no iba a hacer absolutamente nada, cuando escucha a TH decir por el móvil: “Chica, perdona a ver si salgo de Mercadona que me ha tocado una cajera super torpe que está tardando muchísimo”. Sí, calculó. Calculó lo que ganaba su marido, lo que les costaba la vida de los cuatro, y si podían mantenerse si perdía ese trabajo. Lo calculó, y sabía que no, que no podían salir adelante dignamente con un sólo sueldo. Entonces renunció a su plan A de levantarse y tirarle de las extensiones a TH, y optó por decirle en el tono más educado que pudo: “Señora, yo le estoy ayudando pero mi obligación no es embolsarle a usted toda la compra”. TH respondió: “Digame ahora mismo como se llama porque voy a poner una queja contra usted”. “Sí señora, como no, me llamo xxxxx, xxxxxx”. Le dió sus datos con nombre y apellidos.


Hoy la cajera tiene una sanción, y TH está suelta por el mundo.

Por si alguien se lo está preguntando: sí, la historia es real.


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