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domingo, 12 de agosto de 2012

El mes que perdí mi cuerpo




Todo iba muy bien porque tras el todo incluido de diez días resulta que por arte de magia sólo había engordado un kilo y además al volver a Madrid me pegué tres días seguidos de gimnasio con la Noe, así, si parar y sin piedad ninguna.  Todo aliñado con nuestra dieta correspondiente que como todos ya sabemos consiste en pavo, piña arroz y tortas de arroz. Y en plan vamos a volvernos locos, una fanta zero de vez en cuando. Pues muy  bien, en esto andábamos en Madrid y todo volvía más o menos a su cauce (por todo me refiero sobre todo a la tripa que es la primera que se sale del cauce en cuanto la dejo sin vigilancia). Pero de pronto llegó Asturias.
He de decir que yo esta vez vine a Asturias con toda la intención de ser una niña muy buena. Me proponía hacer dieta, entrenar en el gimnasio de Noe, y luego en Infiesto me proponía seguir la dieta y entrenar en el polideportivo de Infiesto. Por favor no vale reírse todavía, al menos esperar a leer el desenlace ¿vale?
Paso a describir la dieta que me había propuesto para estos siete días en Asturias:

Pollo
Pavo
Arroz Integral
Tortas de Arroz
Piña
Café
Leche de Soja
Huevos
Y ya

Ahora paso a describir la dieta que he seguido estos siete días en Asturias:

Tortas de Arroz (gracias Noe por tu interminable provisión de tortas de arroz)
Cerveza
Jamón
Empanada
Helado de turrón
Helado de arco iris
Magnum
Paella
Pan chapata
Panecillos del Alimerka fritos con ajo y perejil
Vino tinto, rosado y blanco
Sidra
Tarta de chocolate
Licor de orujo con miel
Queso cabrales
Queso de burgos (esto bien así que hay que mentarlo)
Tostadas de pan de verdad con miel (sin mantequilla, aquí haciendo un esfuerzo he evitado la mantequilla)
Licor de cerezas (sí, existe)
Papas fritas (es malo ir de vinos sin meter algo al estómago)
Sidra (poca, estoy orgullosa de decirlo)
Uvas, manzanas, plátanos… (cosas sanas, que luego dicen que aquí todo es grasa)

No voy a seguir con la lista pero hay más cosines, lo que pasa es que no acabaría nunca.
Mañana me voy y no, no me he pesado. Que si me pienso pesar al llegar a Madrid: pues mira, no. Ya me pesaré cuando lleve un tiempo de dieta o más bien de ayuno y dando veinte vueltas a la manzana diarias.
¿Qué si me arrepiento de haberme puesto como un cochino jabalín estos días? Pues tampoco.

Tengo ya 44 años y supongo que con algo de esfuerzo volveré a recuperar mi peso durante el otoño con la ayuda de la dieta y los entrenamientos. Lo que sí te aseguro es que a mi edad no estoy para regalar el tiempo libre y  nadie me iba a devolver estos siete días si los hubiera pasado a base de pavo y tortas de arroz. A favor del maravilloso mundo del fitness he de reconocer en cambio que me sabe peor el café con leche de vaca y no termino de entender porqué no nos pasamos todos a la leche de soja de una vez, de forma masiva, irreversible y por decreto. La leche de vaca sienta mal salvo que seas un ternero. Punto.




Ahora que me toca volver a la capital, voy haciendo repaso mental de todo lo que no me va a caber o me va a caber pero no me va a quedar de lujo o me va a quedar directamente como el culo:

Falda negra con flecos: igual entro pero lo veo jodido.
Falda blanca con flecos: entraré, pero el aire suelto ibicenco será reemplazado por un aire  apretao “princesa de barrio”. La combinaré con unos buenos aros fucsias y así tengo el look completo para echarme un novio con coche tuneado.

Vestido blanco entallado con lentejuelas plateadas: de entallado pasa a ser enchorizado, pero entrar entro, así que no quiero oír ni una queja. Ni siquiera mía.

Vaqueros: ni de coña.

Falda negra de tubo: jaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

Resto del armario: jaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

Pues eso: está claro que a partir de ahora la única alternativa posible es “jaaaaaaaaaaaaaaaa” o el hambre.




La que diga que ahora no hace falta hacer dieta porque somos muy felices todos así es una zorra mentirosa y tiene un metabolismo de esos raros que no la hace engordar y la odio. Mis células engordeitors te acechan desde cualquier esquina y pueden abalanzarse sobre ti en cualquier momento flaquita, no lo olvides. Vale que comas y no engordes, pero mantén la boca callada, es por tu bien.

Hoy, doce de agosto, por fin en casa me he pesado. 62 kilos y medio. Me fui en 58 y medio. Pero disfruté el verano, eso no se puede negar.


lunes, 6 de agosto de 2012

Compañeras de Entrenamiento (Training Buddies)





Suelo entrenar sola en un macrogimnasio muy completo de  las afueras de Madrid.

Siempre pensé que sería bueno tener una compañera con la que entrenar y motivarnos mutuamente. La tuve una vez cuando yo tenía unos veinte años. Me duró dos años y se llamaba Silvia. Después se fue a vivir a Estados Unidos y después por cosas de la vida,  murió. Esos dos años con ella fueron los más divertidos para mí en un gimnasio.

A día de hoy, disfruto mucho porque me gusta entrenar aunque sea sola, pero nada que ver el día que me asesora Raquel y paso una hora con ella. Entrenar sola, por mucho MP3 que te acompañe, siempre es más duro, más tedioso, menos emocionante, aunque hay que reconocer que fortalece la voluntad y el carácter. Es una lucha diaria contra tus propias resistencias mentales, contra esa vocecita de “nooooo, estoy cansadaaaaa, qué aburrimiento otra veeeez, total pa quéeeeeee” y un largo etc. que todos escuchamos en nuestras cabezas muchos días.

Cuando esa vocecita te grita fuerte y además coincide con que estás atravesando una época muy atareada, dejas de entrenar un tiempo y ahí se jodió el progreso y tiras por la borda horas y horas de durísimo trabajo. La excusa de “estoy demasiado liada” viene muy bien. Esos glúteos que empezaban a parecer de piedra empiezan a blandear. Tu churri que te decía “qué culo más duro se te está poniendo” ahora te dice “a mí me gustas también así” (horror, ahora le gustas sólo porque te quiere que si no…), tu hija te dice con cariño “qué tripita más gordita mamá”, tu madre te dice “estás mucho mejor así, antes estabas demasiado delgada” (horror, horror, ahora sí nos estamos acercando peligrosamente a la zona del sobrepeso), tus compañeras de trabajo TE SONRÍEN (oooohhhhh ahora sí puedes estar segura de que estás gorda, se acabó, hay que volver a entrenar y hay que hacerlo ya, antes de que sea demasiado tarde).

Lograr el éxito en nuestros objetivos, en el fitness y en todo, está absolutamente ligado a la constancia. La constancia y yo nunca hemos sido muy afines. Por eso me he quedado a la mitad de mi potencial en casi todo lo que me he propuesto. Digo casi todo ¿eh? En alguna cosa que otra creo que he cumplido casi al cien por cien. En cambio en el fitness… debería ser mucho, mucho más constante. Intercalo temporadas de entrenar a tope y sin hacer novillos, con épocas en las que el “estar muy liada” o estar saliendo de una gripe o trancazo o tener lumbalgia o lo que sea porque dios mío siempre tengo algo, me lleva a dejar los entrenamientos. Esto es absurdo y además cuando ya te has estado machacando unos meses, dejar dos meses de entrenar es una catástrofe. Es como ir palante, patrás, palante, patrás, y así hasta que te mueras, sin llegar a ningún sitio. Esta vez no me va a pasar, por mis muertos.

Hay cosas que ayudan mucho a perseverar en el entreno. Una de las cosas que me ayuda es entrar cada mañana en facebook y ver lo que ha posteado gente como Ingrid Romero, https://www.facebook.com/ingridromero23, que se lleva a sus gemelos de meses al gimnasio y los pone a dormir en sendas mantitas mientras entrena, Natalie Jill, que entrena en casa, Lorraine Haddad,  Jamie Eason, https://www.facebook.com/OfficialJamieEason, que… bueno, qué se puede decir de Jamie que no se vea en una sola imagen, y todas estas locas del fitness que antes de perder una sesión de entreno serían capaces de caminar descalzas sobre carbón candente. Verlas cada día ayuda a recordar que tú estás interesada en eso y que “cada paso que das te acerca o te aleja de tu objetivo” (frase de Raquel, gracias siempre por haberla conocido).

Algo que ayuda igual o tal vez más que ver a diario en facebook a todas estas reinas del fitness, es tener una compañera de entreno o training buddie. Yo no tengo. Serán cosas kármicas, pero resulta que en mi zona y en mi horario no conozco a nadie que quiera entrenar como yo lo hago. Tengo alguna amiga que va a mi gimnasio pero es más de clases colectivas, algo que me gusta pero no es mi manera de entrenar.

Este mes de julio he pasado los diez últimos días de nuevo en Aguadulce con www.vacacionessingles.com, todo muy bien por cierto. Esto si surge ya se contará otro día. De allí he vuelto a Madrid con una amiga y su hija. Son de Asturias. Esta chica también está un poco pirada por las dietas y el fitness. Al llegar a Madrid, en lugar de plantearnos visitar museos y/o bares como habría de esperar de cualquier persona humana, nos hemos dedicado a ir todos los días a mi gimnasio. Bueno todos los días no. De cuatro días que han estado hemos ido tres. No está mal ¿verdad? Realmente no nos quedaba otra opción ya que veníamos de estar diez días en un todo incluido y nos hemos hinchado a comer postres. Yo de hecho me iba a por el postre (que a veces es lo único que comía porque la comida-comida me aburre), y volvía con un plato con flan de chocolate y mousse de plátano. Después repetía flan de chocolate y por último remataba con un heladito. ¿Mal? Sí, sí, muy mal pero son diez días al año que me permito desbarrar con la comida así que esos días no miro nada. Bueno sí, miro los postres y voy a disfrutar y punto. Carpe Diem.

Ella, mi amiga Asturiana, en Asturias entrena sola en un gimnasio que tiene en su casa. Yo en Madrid entreno en mi gimnasio, también sola pero al menos viendo gente. La experiencia de entrenar estos tres días juntas en mi gimnasio ha sido definitivamente positiva. Diría incluso más porque estábamos pletóricas. El primer día parecíamos dos crías a las que hubieran soltado en el parque de atracciones. Yo estaba deseando enseñarle todas las maquinuquis y trastitos de mi gym, y ella estaba deseando subirse a todo.

En cuanto al entrenamiento, no es lo mismo entrenar con tu MP3 y tus pensamientos, por sublimes y positivos que sean, que entrenar con alguien con quien bromeas, comentas, te apoyas, te animas, y que tiene el mismo chip mental que tú en lo que se refiere al ejercicio. Es que no tiene absolutamente nada que ver. Es infinitamente más llevadero entrenar con un compañero o compañera. Aparte de pasarlo mejor el rato que estás en el gimnasio, te escaqueas menos.

Por ejemplo, de los tres días que fuimos a entrenar, el tercero yo me quería rajar (en el leguaje mental de las excusas esto se llama “día de descanso”). Ella me dijo: venga vamos hoy y ya mañana descansamos. Y fuimos. Hala, un día de entreno que ya no me he saltado gracias a mi training buddy.

El tema funciona bien: una empuja cuando la otra no quiere ir, la otra apunta que es una tontería comerse un trozo de pizza después de la paliza que nos hemos metido… así la cosa va fluyendo con más facilidad. La unión hace la fuerza, cuatro ojos ven más que dos, no nos moverán, etc., etc.

Después de esos cuatro días en Madrid, como buena acoplada que soy, me he venido a su casa de Asturias. Digo casa por llamarlo así pero en realidad esto es un casoplón del quince. De hecho estoy escribiendo en la cocina y creo que si salgo de aquí me voy a perder así que no me moveré de la silla hasta que se despierte alguien.

Mi colega aquí en su mansión, tiene un gimnasio para ella sola en el sótano de casa. Subo fotos (esto es una parte, tiene más cositas):







 Ella entrena aquí solita, lo cual no deja de ser admirable porque si a veces da pereza entrenar sola en un gimnasio en el que estás viendo gente a tu alrededor que está a lo mismo, no te digo nada entrenar sola sin ver a otra gente sudorosa rodeándote. Más teniendo en cuenta que la mayoría de los mortales se empeñan en decirnos cosas como “qué exagerada, es que estás obsesionada, si no te hace falta, si estás fenomenal para qué entrenas” (pues hombre, ¿para estar fenomenal?). Vamos, que cuando quieres encontrar una excusa para no entrenar tienes miles de amigos y familiares dispuestos a apoyarte en ello. En un gimnasio al menos verás otros cincuenta tarados como tú que están dispuestos a ir allí un domingo por la tarde y eso te hace pensar: “mira, mientras yo estaba planteándome echar la siesta viendo qué tiempo tan feliz, esta guarra ya estaba aquí haciendo sentadillas”. Y ya te pones las pilas para una semana más. El ser humano compite por naturaleza así que quieras que no, tener gente con la que montarte tu competición imaginaria siempre motiva.

Me hallo como decía antes en la cocina de este casoplón asturiano y mientras el resto de las almitas de la casa duermen yo os cuento todo esto. La idea es luego entrenar juntas mi amiga y yo en el gimnasio que tiene abajo, con la sempiterna intención de ponernos más fuertes que el vinagre. Yo aún no desisto en la idea de tener algún día los glúteos de Ingrid Romero, aunque sé que para eso me queda un rato.

Si estuviese en esta casa yo sola es muy probable que hoy no entrenase, o mañana. Pero como estamos aquí las dos colegas amantes del fitness (o como nos llaman por ahí: obsesas, exageradas, no felices, y miles de calificativos ingeniosos), pues nos empujaremos la una a la otra hasta el sótano mientras las niñas juegan a ser mayores, y nos pondremos a entrenar. Y ese pasito nos acercará un poco más a nuestro objetivo.


Después, cuando yo me vaya de aquí, ella seguirá entrenando aquí solita y yo en mi gym de Madrid solita, a no ser que encuentre allí una compi de entrenamiento. Mientras tanto: tú a Boston y yo a California.



lunes, 16 de julio de 2012

Me duele la espalda, o la pierna, o el brazo, o el pié: ¿Voy a entrenar o me quedo en casa?



El título que ves arriba ha sido durante doce años mi pan de cada día.  Me duelen hombros, brazos y dedos, de forma habitual, y yo diría que bastante. Además de esto he sido bendecida con episodios intermitentes de lumbalgia. Esto es muy bonito porque ya sabes que cuando nos duele algo nos acercamos al Señor en oración. La putada es que dejamos de ir al gimnasio.

Al principio te duele pero dices: bueno no voy a dejar de entrenar, no estoy tan mal. Voy a ir y luego estiro bien, y si algún ejercicio me molesta mucho ese no lo hago de momento. Haces tu rutina de ese día con molestias en muchos de los ejercicios y te vas a casa después de la ducha sintiéndote con la conciencia tranquila pero aparte de la conciencia el resto de ti se siente como el culo. Lo que te dolía te duele más.

Llegas a casa. Hablas por teléfono con tu novio, novia, madre, vecino, y al día siguiente con un compañero del curro. Lo que oyes una y otra vez como si fuera el rosario es: es que así no sé cómo vas al gimnasio, lo que tienes que hacer es reposo. Ve al médico. Ve, ve al médico porque siempre hay que descartar cosas que un médico sí pueda curar. Si el médico ve que es una de esas cosas que no te va a poder curar, por supuesto te va a mandar reposo “relativo”, que es cojonudo para tu empresa y para todo el mundo menos para ti, porque esto consiste básicamente en que puedes ir a currar y puedes hacer de todo menos lo que te gusta que es entrenar. A lo mejor si el médico es un alma caritativa te deja incluso echar un polvo el fin de semana, pero despacito.




Tú, el amo y señor de tu vida, el que gobierna en ella y el que toma las decisiones que al final mueven tu destino, estás hecho un lío. Tú por dentro quieres entrenar, no quieres dejarlo porque sabes que te ha costado mucho llegar al punto en el que estás. Pero tu novi@ dice no, tu madre dice no,  tus compañeros del trabajo dicen no, el médico dice no, y lo que es mucho peor: tu cuerpo ya te dice que no no no no y no. Lo has intentado. Llevas dos semanas yendo a entrenar con dolor, no se te quita, y piensas que a lo mejor tienen razón: si lo dice un médico… Los únicos que te animan a seguir entrenando son tus compis del gimnasio, pero con el dolor de lumbares, o de hombro, o de pierna o de tobillo, o de lo que sea que tienes… habría que verlos a ellos en tu situación, que hablar es muy fácil. Además, piensas, aquí en el fondo somos todos un poco flipados y entendemos mucho de crecer, de definir y de batidos, pero esto ya es serio.






Lo más importante de todo esto es que tu cuerpo dice no. Y tampoco es inteligente pasar durante mucho tiempo de lo que dice tu cuerpo porque ahí sí que te puedes llevar un buen susto.

¿Qué podemos hacer en estas situaciones?

Daré mi opinión en base a mi experiencia, y dejando por sentado que ni soy médico ni fisioterapeuta ni nada sino simplemente una sufrida paciente de muchos médicos, fisios, osteópatas quiroprácticos, y que me encanta ese sonido que escuchas en el gimnasio cuando chocan dos placas de hierro entre sí. Creo que en alguna vida anterior debí de ser herrero, o herrera ¿había herreras?





Intentaré resumir lo que ha sido mi experiencia desde hace unos …. doce años en que empecé a tener dolores, hasta ahora, para ver si así te puedo ahorrar directamente doce años de calvario de una tacada.

Lo primero que hice hace doce años cuando el médico me dijo que dejara el gimnasio y que sólo hiciera natación fue hacerle caso. Un mes de reposo absoluto (estaba muy mal), y después iba a nadar. Me gusta, pero no es lo mismo ¿verdad?

Pasé muchos años en los que no me acercaba al hierro ni por casualidad porque me habían grabado a fuego en la mente que el hierro era el demonio. Y diciéndolo tanta gente no vas a dudar.

Cuando nadar se hizo imposible porque mis horarios laborales no eran compatibles con la piscina, empecé a correr. Ya me volví una loca del correr. Tenía también y tengo, un esguince de tobillo mal curado, pero esto con unas buenas Asics más o menos se iba llevando. Bailaba salsa, vamos, me movía. Tenía una bici en casa, pero de carga nada de nada. A todo esto todos mis dolores seguían ahí y además, iban a más.

Mientras tanto iba periódicamente a médicos, fisios (soltando pasta siempre claro), osteópatas, quiroprácticos y todo tipo de sitios. En mi desesperación por revertir mi deterioro físico llegué a ir a una especie de bruja que está en Vicalvaro que bueno, eso ya para otro día porque eso es para un libro, o dos. También pasé por manos de una china acupuntora que no me sirvió para aliviar los dolores en lo más mínimo pero espero haber contribuido a que se compre algún piso en la playa, porque me sacaba cincuenta euros cada vez que iba.

Luego descubrí el Pilates. Cuando digo luego me refiero a mucho después, vamos, después de años de estar mal. Entre medias tuve un embarazo, nació mi hija, y esta experiencia que ha sido la mejor de mi vida, también se cobró su factura desde el punto de vista del dolor: embarazo, coger peso, malas posturas en la lactancia. Pero esto sí que me da igual, ya que sarna con gusto no pica.

Mi experiencia con el Pilates fue buena porque me enseñó cosas sobre mis músculos abdominales que ningún otro ejercicio me ha enseñado. Antes hacía los abdominales con el cuello y con las lumbares, y un poco con el abdominal. El Pilates te enseña a controlar tu pared abdominal como ninguna otra disciplina, así que para el que tenga tiempo, siempre es bueno aprender un poco de Pilates como complemento para cualquier otro deporte.

Después de un tiempo tampoco podía correr. Desde que me quedé embarazada se acabó mi hora de correr diaria, y después del parto menos, porque no tenía con quien dejar a la niña para salir a la calle. Salía del trabajo y la tenía que recoger en la guardería, y como sabemos no se puede dejar a un bebé sólo para ir a correr.

El Pilates lo hacía no porque me gustase sino porque el médico decía que solo podía nadar o hacer Pilates, y mi logística casa-guardería-trabajo-guardería-casa no me dejaba tiempo para piscinas. Lo único que podía hacer era Pilates que estaba al lado del trabajo y eran cuarenta y cinco minutos. Mi hora para comer era una hora, no tenía el típico trabajo en que puedes alargar la comida, así que en una hora tenía que ir, cambiarme, hacer Pilates 45 minutos y volver. Sí me daba tiempo sí, pero volvía con la lengua fuera. Me comía un sándwich antes o después y listo. Todo esto sin duchar claro, menos mal que no sudaba mucho y que uso un buen desodorante.





Bueno ya, ya llegamos al hierro. En agosto del año pasado no sé qué me dio que dije mira se acabó, estoy harta me voy a apuntar a un gimnasio. Hay un gimnasio con guardería en Madrid que tiene varias sucursales, el Virgin Active, y me apunté.

Yo llegué al monitor en plan: mira soy medio inválida y me puso una rutina para medio inválidos, en unas máquinas especiales que usa la gente muy mayor o con lesiones importantes. Un mes estuve con eso. Luego otro monitor majíiiiiiiiiiisimo me hizo pasarme a las máquinas “normales” con peso mínimo. Misteriosamente empecé a sentirme mejor. Me dolía lo mío, pero me sentía mejor, más fuerte, más entera, y el dolor no era mayor. Cuando llevaba dos meses empecé con una lumbalgia monumental y eso ya pudo conmigo, dejé de ir. Iba un día y hacía elíptica pero estaba muy quemada. Era como que cada vez que quería cuidarme mi cuerpo se rebelada. Es que ya ni la elíptica porque aún con eso me dolía. Me veía condenada a un círculo vicioso en el que cada vez podía hacer menos y entonces cada vez estaba más débil con lo cual esto me llevaba a hacer todavía menos. Ya no veía el final de mi declive más que sin poderme mover del sofá.

Sin embargo a pesar de esta experiencia deprimente, estaba decidida esta vez a no abandonar. Había una vocecita en mi interior que me decía sigue, intenta un poco más, busca un poco más. Y esa vocecita me empujaba al gimnasio aunque fuera para hacer elíptica solamente y en la intensidad dos para que no me tirase de la lumbar. Al estar en paro tengo tiempo y pensé “me lleve el tiempo que me lleve yo tengo que encontrar una solución a esto”. Confieso que si esto me pilla currando y siendo madre como soy, lo más probable es que me habría rajado.

La solución fue conocer a R.  Allí en el gimnasio hay varios entrenadores personales a los que obviamente hay que pagar aparte. Eché cuentas de lo que me gasto en fisios, quiroprácticos y demás, y pensé, voy a contratar a esta chica y me dejo ya de masajitos que en realidad no sé hasta qué punto me están ayudando.

Esta entrenadora, tengo la suerte de que es fisioterapeuta. No sé si un entrenador que no sea fisioterapeuta habría sabido llevarme tal y como traigo yo el chasis.

¿Qué he descubierto con ella? Pues que no, no hay que dejar de entrenar. Hay que adaptar las rutinas a lo que tienes. Claro que esto no lo sabe hacer cualquiera pero ella sí. Me explico: esto no lo sabe hacer el monitor de sala, y no lo sabe hacer cualquier entrenador personal. Llevo dos meses con ella y me siguen doliendo las lumbares, bueno hoy menos. Pero ella me estira y cada vez que la veo me duele menos. Media hora me estira las lumbares (esto duele mucho), y otra media hora entrenamos. No creas que el entrenamiento dadas mis dolencias tiene un pelo de light. No me perdona una repetición ni aunque me vea llorar lágrimas de sangre, me pone mucho más peso del que yo pienso que puedo levantar, y me dice que es que estoy trabajando sólo al 60% de mi capacidad (¡¡y yo que creía que estaba llegando al fallo muscular!!!). No hija no, el fallo muscular yo no lo conocía. Me puso a hacer bíceps con la barra y no me dejaba parar. Cuando mi brazo directamente estaba a punto de quebrarse que yo le decía “¡por dios te lo juro le digo a mi brazo que levante pero no obedece, te lo juro!”. No sé qué vió en mi cara que me dijo: “Vale, para. ¿Lo ves? ESO es el fallo muscular”. 


Vamos que si quieres estar de relax no te cojas una entrenadora fisioterapeuta y vete mejor a un centro de rehabilitación. A mí no me sirvió de mucho el centro de rehabilitación pero allí al menos te echas unas siestas y charlas con la gente mayor que siempre aporta experiencia.

¿Qué haría yo si pudiera ir para atrás en el tiempo? Pues me habría dejado de pagar tanto masaje, tanto osteópata  y tanto de todo, y me habría cogido un entrenador personal muchos años antes.

Pero no un entrenador que se empeñe en entrenarte como si fueras Rambo: no olvides que tienes una lesión. Por mucho que te levantes a las cinco de la mañana, te desayunes ocho claras de huevo, te vayas a correr por tu barrio y levantes los brazos triunfante cuando llegues a lo alto de las escaleras del polideportivo, esto no te convierte en Rocky. Tienes una lesión: no lo olvides y sé responsable. Tienes condromalacia, o hernia discal, o artrosis cervical, o un esguince, o lo que tú tengas. Trabaja CON ESO. Integra esa dolencia como algo muy a tener en cuenta al elaborar tus rutinas, y si no lo sabes hacer (los que no somos profesionales no lo sabemos hacer), cógete un BUEN entrenador y ese dinero te lo quitas de ir al fisio todas las semanas, al menos durante un tiempo, hasta que el entrenador ya te haya marcado bien bien tu camino a seguir. Después con una vez al mes que le veamos nos sabrá encarrilar en lo que nos haga falta y ya volveremos al fisio si vemos que realmente nos ayuda. Lo de BUEN entrenador lo pongo con mayúsculas porque estoy convencida de que un mal entrenador lo que va a conseguir es terminar de joderte. Mucho cuidado con esto. La mía es fisioterapeuta como ya dije, y esto creo que sería lo ideal. Claro que imagino que de estas hay pocas y pocos…

Ah, también me ha puesto la dieta. Más o menos lo que todos sabemos pero con algunos cambios muy importantes. Ej: lacteos fuera, nada, ni desnatado ni nada. Si quieres definición no hay leche en ninguna de sus formas. ¿Qué si lo he notado?  Muchísimo. Pero el tema dieta otro día.

Espero haber servido de ayuda a alguien, aunque sea a una sola persona, ya que sé lo que se sufre cuando amas este deporte y durante años y años cada vez que intentas volver tu cuerpo se rebela y es como darte cabezazos contra un muro. Mi suerte ha sido que se cruzara en mi camino esta entrenadora, y como no me quiero quitar mérito también quiero mencionar que mi arma ha sido no rendirme. Doce años intentando volver al hierro, son años ¿eh? Creo que me merecía este regalo J


 

domingo, 15 de julio de 2012

Las mujeres y el fitness (I)



Ayer fui al gimnasio. El hecho no tendría nada de particular ya que voy cuatro o cinco días por semana, si no fuera porque llevaba tres días sin ir. No tres días planificados de descanso sino tres días con excusas del tipo:

Excusa para Dia 1 sin ir al gimnasio: “Anoche nos tomamos unos vinos y ya no aguanto el alcohol como antes, tengo la cabeza muy pesada y además estoy agotada. Sólo quiero arrastrarme por el mundo cumpliendo mis obligaciones y esperar a que llegue la noche para dormir”.

Excusa para Dia 2 sin ir al gimnasio: Dios mío lo último que me apetece hoy es ir al gimnasio, por un día no pasa nada, de hecho es bueno descansar dos días, así que ya puestos me voy a comer una caja de helados y descanso del todo.

Excusa para Dia 3 sin ir al gimnasio: Madre mía ¡¡¡entre los vinos y tapeo del Dia 1 y los helados del Dia 2 creo que he engordado dos kilos!!! No quiero ir al gimnasio. Voy a hacer hoy dieta depurativa y aprovecho además para poner lavadoras que se me está acumulando trabajo en casa.

Dia 4 (ayer): Fui al gimnasio e hice mi entrenamiento de piernas que es el que tocaba.

Nótese lo peligroso del Día 1 si no se sabe encarrilar el tren de la inercia a tiempo: En principio es razonable que con una semi-resaca no esté uno para ir al gimnasio, pero si permitimos que esto en lugar de un día de descanso sea un cambio de rutina en nuestras vidas, cuando nos queramos dar cuenta podemos llevar un mes sin pisar el gimnasio, y quien dice un mes bien puede decir seis. Esto me ha pasado ya varias veces en el pasado y no quiero que me vuelva a pasar.

Cuando después de ese vino o de esa cerveza o de esa primera copa, vas a por la segunda, recuerda que vas a perder un día de entreno al día siguiente. Lo que elijas hacer ya depende de cómo de importante es para ti tu forma física, irte a la cama sabiendo que has cumplido con tu compromiso de llevar una rutina ordenada de ejercicios… Esto no creo que tenga que suponer volverse una seta total y no salirse de madre de vez en cuando. Pero si el salirse de madre lo convertimos en una costumbre de una vez por semana: en una semana hemos bebido un día en exceso acompañándolo de tapas grasientas, otro día hemos comido seis helados, y tres días hemos faltado a nuestros entrenamientos por “inercia”. Esto, si lo hiciéramos muchas semanas (por ejemplo cada dos semanas), esto sí es una catástrofe. Al menos desde el punto de vista del fitness, que es mi punto de vista en lo que se refiere al cuerpo.

Ahora en verano hay muchas tentaciones en forma de terracitas de bares, tapitas, jarritas de cerveza helada y todo ese entramado maravilloso de la hostelería española estival. Llevamos un duro invierno entrenando y cumpliendo con nuestro objetivo. Seamos inteligentes. Lo podemos pasar muy bien coca cola light en mano o tónica en mano o zumo de tomate en mano. ¿Que no es lo mismo? Sí, ya sé que no es lo mismo, con el zumo de tomate te aseguro que mañana no vas a perder un día de entreno y mucho menos tres días. ¿Te gustan tus abdominales? o  ¿No los ves pero empezaban a asomar gracias a tu esfuerzo y sacrificio de meses? ¿Crees que es inteligente echarlo todo por la borda por ir con la borregada a ponerte morada de pinchos? Pues no, ya sabemos que no lo es.

Me estoy dirigiendo como se ha podido adivinar, a esa mujer (u hombre), que le da mucha importancia a su cuerpo desde el punto de vista de salud y estética. Por estética no entiendo yo ir con siete capas de maquillaje, faja, un montón de collares, uñas postizas y tacones de plataforma gigante que no te dejen ni caminar. Yo a veces llevo algún artilugio de estos (me encantan las uñas postizas), pero creo que la persona que realmente se cuida, se cuida lo que viene a ser el cuerpo y no llenándolo de artilugios para que no se le vea.

Veo muchas mujeres de mi edad (tengo 44), que parece que hace años ya decidieron echarse a perder y no cuidarse absolutamente nada. Hacer ejercicio para ellas consiste en ir andando a por el pan. Ponen como excusa los niños, la casa o el trabajo. No me sirve. Ahora obviamente como estoy en paro tengo tiempo para ir a entrenar. Me ocupo sola de mi hija, estoy separada y no tengo dinero para pagar canguros. No, no tengo la típica mamá que se queda con mi hija cuando yo quiero. Antes de quedarme en paro, a pesar de esto, sacaba tiempo para hacer ejercicio. Al gimnasio no podía ir, pero a la hora de comer iba a pilates tres días por semana. Esos tres días, como sólo tenía una hora para comer volvía y me comía un sándwich en mi puesto. Sí: para mí hacer ejercicio es tan importante como comer. Cuarenta y cinco minutos de pilates y un sándwich con pan integral, tomate, pavo, y unas nueces, le va a hacer mucho mejor servicio a tu cuerpo que estar todo el día sentada sin moverte más que para ir al coche, y entre medias meterte un plato de albóndigas “super sanas” para el cuerpo.  Claro, esto requiere tesón, esforzarse, espíritu de sacrificio. Pero si no estás dispuesta a sacrificarte por tu propia salud y por evitar el deterioro prematuro de tu cuerpo ¿qué se te puede pedir?



Reconozco que yo soy un desastre para el tema de ir arreglada. Cuando iba a trabajar veía mujeres arregladísimas con mucho maquillaje, accesorios, uñas perfectas, taconazos y un largo etcétera. Lo más admirable de todo es que muchas se levantan quince minutos antes para peinarse, pasarse el cepillo con el secador para alisar el pelo (brushing), o la plancha. Todo este arreglo les puede llevar cada mañana fácilmente media hora (por mucho que digan que son cinco minutos). Eso sí, cuanto más abalorio peor las carnes. Llegan a los treinta y cinco y a no ser que tengan una genética privilegiada (de estas hay algunas), por lo general todo les cuelga, todo se cae, todo ha ensanchado y sigue ensanchando sin tregua… No sé, me parece bien. Si son felices me parece bien. Imagino que se ponen todas esas cosas por la mañana y se ven monas (que con tanto arreglo algunas lo están a pesar de no cuidarse nada), y ya se van felices al mundo.




Fotografía de Cindy Sherman





A mí eso no me sirve. No me vale porque yo necesito verme bien ANTES de ponerme todo ese rollo. Antes incluso de peinarme. De hecho rara vez me peino. Vamos, que me paso el peine de púas anchas por el pelo secado al aire y así se queda: unas veces mejor y otras peor. Pero no podría incorporar a mi rutina diaria el rollo del secador o la plancha. Paso. De la misma manera que tampoco aguanto la sensación de recién levantada y duchada pringarme toda la cara de maquillaje. Esa piel recién despertadita, que se siente tan limpia y tan relajada con su cremita hidratante: ¿cómo voy a pringarla toda de porquería tan temprano y para todo el día? Impensable. Abalorios sí, me gusta llevar, pero tampoco me va  la vida en ello.

La vida sí me va en la dieta y el ejercicio, que para mí es gimnasio y para otras puede ser natación, gim jazz, karate, yoga, tenis, o lo que sea. Cuatro días por semana MÍNIMO hay que hacer ejercicio (ejercicio que no sea “voy andando a por el pan”, se entiende). 





Por ejercicio tampoco entendemos “salgo dos noches por semana a bailar salsa”. Está bien que salgamos a bailar en lugar de a ponernos morados de copas hablando en un sitio donde no se puede hablar de lo alta que está la música, pero salir dos noches a bailar salsa no se considera una rutina de ejercicios, bajo mi punto de vista.

Otro día quiero hablar de porqué para mí lo mejor a mi edad es el entrenamiento con pesas, por encima de otras modalidades de ejercicio que he probado a lo largo de mi vida, y a pesar de tener espondiloartrosis anquilosante degenerativa, que por mis huevos no va a degenerar más porque la voy a sujetar con mis músculos. Aclaro que la artrosis fue antes de las pesas y no al contrario, para las que ya estaban buscando más excusas para seguir en el sofá comiendo helados.


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viernes, 13 de julio de 2012

Casas con alma



 Las cosas no son nada aburridas en mi vida ya que churri y yo nos hemos de nuevo reconciliado. Ya va la segunda. Ya hemos decidido no regañar más porque por muy en desacuerdo que estemos luego nos echamos mucho de menos. Y también, hemos pensado no regañar más por una cuestión práctica, dado que las incursiones que he hecho por el ciber mundo de buscar pareja han sido desoladoras. Mucho trabajo de conocer gente, filtrar por tipos de gente, leer mensajitos, tener conversaciones por chat y después de tres semanas quedar para ver que no tienes absolutamente nada que ver con ese tío. Vamos, alguno como amigo me cae muy bien, pero el amor no se encarga. No sé si alguien logra que surja la química en esos canales pero yo he vuelto a fracasar en ello y ya es la segunda vez. El que dijo que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra erraba: la mujer también tropieza. Pero bueno la experiencia tampoco ha sido traumática y ya estamos otra vez donde lo dejamos. Ninguno ha cedido ni un centímetro de sus exigencias así que cuando digo otra vez donde lo dejamos interprétese esto al pie de la letra.

Bien, pues esto en lo que se refiere a lo sentimental.

En el tema económico super contenta, ya que esta semana me ha costado el coche cuatrocientos euros casi. Qué bonito ¿verdad? Son esas cosas que te hacen feliz: soltar pasta así de golpe sin llevarte nada a casa. Sí, te llevas el coche arreglado pero como el coche ya lo tenías y lo que le han arreglado tampoco lo ves, pues te vas a casa con 400 euros menos y con cara de paisaje. Cuando hacía las revisiones en Feu Vert, la cara de paisaje iba además acompañada de un resquemor. Nunca tenía muy claro si me habían tomado el pelo. Después, cuando encontré el taller Tutto, ya ví que sí, que en Feu Vert me timaban, porque me habían intentado arreglar una cosa de la luz del motor, que se encendía no sabemos porqué, y estuvieron tres años que lo llevaba y eran incapaces de arreglarlo y me soltaban unos rollos impresionantes. De repente hace dos años lo llevo por primera vez a Tutto y el tío el primer día mientras le cambia el aceite ve que hay un cable cortado, me lo arregla, y nunca nunca más se ha vuelto a encender la luz del motor. Y claro, yo cuando le escuchaba decirme lo del cable cortado le pregunto:

_ “Pero Tutto, ¿ese cable está muy escondido?”
_ “¡Qué va! Si esto va aquí!”

Y me lleva al coche con el capó abierto y me enseña el cable (el bueno), y con el cable roto en la mano me indica que ese cable roto estaba ahí, a la vista de cualquiera, incluso a la vista mía. Si era capaz de verlo yo que veo un coche con el capó abierto y de lo poco que entiendo aquello me dan ataques de ansiedad…. ¿COMO COÑO NO HAN SIDO CAPACES DE VERLO EN FEU VERT EN NINGUNA DE LAS TRES REVISIONES QUE ME HAN HECHO? Es tremendo. Cuando eres ignorante en un campo concreto, te toman el pelo como les da la gana. Después ya fui viendo otro montón de cosas que no habían hecho bien, o que podían haber hecho mejor, o que habían hecho directamente mal, y  ya me quedé en Tutto.

Hace dos años pasé la ITV y esta semana tocaba pasarla de nuevo, así que cambio de las dos ruedas de atrás, el aceite, las luces de adelante, una correa de nosequé, el filtro de nosecual y la mano de obra (que me han cobrado poquísima, muchas gracias), pues con todo eso he pagado 315 y me he ido a la ITV donde me han soplado otros 51. Muy bonito todo. Y la he pasado. Hasta dentro de dos años mi coche y yo nos encontramos dentro de la legalidad y no emitimos gases dañinos (al menos mi coche).

En aquella zona del taller, mientras esperas, te das una vuelta. Lo que hay en la zona son muchas tiendas de muebles. En todas pone “outlet” pero claro, luego entras y los precios casi nunca son de outlet. Yo creo que lo de “outlet” ya es algo que ponen allí por defecto en cualquier local, aunque los muebles estén recién salidos de la fábrica. El precio es el de recién salido de la fábrica.

Me fui mirando por dentro de tres o cuatro tiendas de muebles, cotilleando porque no voy a comprar nada, y me topé con una tienda de muebles de segunda mano. Estas me encantan a mí.
Dentro se respiraba un tufillo como a casa de abuelos mezclado con olor a polvo. Los muebles que podías encontrar eran muy variopintos. Tenías desde estilo Cuentame: ese sofacito de pana, sus sillas “modernas” que solo eran modernas en los años cincuenta, juegos de comedor de aglomerado color miel con tapizado en pana de las sillas, vamos, un horror. Y pasabas por diferentes cosas más o menos aceptables hasta llegar a encontrar verdaderas joyas. De estas como siempre había pocas, pero las que había hacían que valiera la pena toda la excursión por la tienda.

Haciendo memoria, como joyas en este establecimiento recuerdo una tetera-termo de estaño, dos jarrones chinos, un mueble chino con espejo que podía hacer de entradita (precioso, necesitaba restauración), un secreter absolutamente magistral, que además no necesitaba restauración (esto era de lo más caro como es lógico), y estaba la joya de la corona, al menos para mi retina: un juego de ocho sillas estilo Reina Ana, lacadas en negro, en óptimo estado (casi se podría decir en perfecto estado). Lo que hacía el tema digno de ser mencionado es el precio: 320 euros por las ocho sillas. Impresionante. Eran de segunda mano pero como si no. El tapizado estaba perfecto (que ahí es donde una silla de segunda mano se la juega).

Foto de silla Estilo Reina Ana de segunda mano



Bonita ¿verdad? Yo no las puedo comprar porque no está mi economía para fiestas, y encima ya con el rejonazo del taller, tardaré en estar para comprar sillas. Desde mi status de parada espero encontrar trabajo pronto o si no me voy a tener que joder bastante, para regocijo de chusmilla del pelaje de Andrea Fabra.

Al hilo de los muebles de segunda mano, me pregunto a cuánta gente le puede gustar este tipo de sillas por ejemplo, o la entradita con el mueble chino antiguo, o el glorioso secreter. (El término “glorioso” para hablar de muebles y menaje, lo introdujo en mi vida Diana Paterson al referirse un día a un juego de té “glorioso”).

Sobre los muebles antiguos: ¿a cuánta gente le gustan estas cosas? Últimamente nos invaden programas en televisión que consisten en que un rico, famoso o anónimo, te enseña su super casa. La cámara va pasando por toda la casa y mostrándonos la maravillosa decoración de ésta. Cuando veo estos programas sola, directamente los quito. Prefiero ver cotorreos o alguna serie (amo, amo, amo con locura a Simon Baker pero eso para otro día). Decía que cuando veo programas tipo “Super Casas” y estoy sola, los quito. No me atraen para nada esas casas de diseño, con esas cocinas de diseño, con esos muebles de diseño, casi todo en blanco y negro o gris. Horroroso, me parece horroroso. Lo veo y me dan ganas de plantar cojines de ganchillo por todo el sofá para salvar el alma de esa vivienda de la muerte. No es que sea fan de los cojines de ganchillo, pero en el caso de esas casas tan muertas, se hace necesaria una medida así de drástica.

Yo sí tengo algún cojín de ganchillo, pero no es de aquellos llenos de colorines que conocemos, de los de abuela de toda la vida. Es más discreto, de un solo color. Sin embargo en las mega casas estas de diseño me dan ganas de meter el cojín de ganchillo más kitsch, con más volantes y más colores que se haya tejido nunca. El alma de esas casas muere de sed. Necesitan ganchillo a gritos.

Foto de mi cojín de ganchillo:



Cuando aparece en la tele un programa de estos de Super Casas, si en lugar de estar sola estoy acompañada, no lo puedo quitar. A la gente por lo general estas casas le encantan. Les interrogo porque no doy crédito, y ante mis preguntas contestan que se imaginan perfectamente viviendo entre blanco y negro, y sin cojines, o con cojines de diseño (no estoy segura de si esto último existe).

Me encantaría por supuesto tener el dinero para poder comprarme una casa de esas, pero me compraría otra completamente distinta. Más como las casas de Tita Cervera. Así sí, claro.


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lunes, 9 de julio de 2012

Cómo establecer prioridades



Soy una persona con un índice de estrés bastante elevado. Da igual que tenga mucho que hacer o poco. Si no tengo mucho que hacer me impongo mucho que hacer. Ahora, por ejemplo, estoy en paro. Pues tengo mucho que hacer. Más que antes. Por cierto, se ofrece profesora titulada de Inglés, preferiblemente en la zona Noroeste de Madrid.

Vuelvo al tema: como decía, me impongo muchas obligaciones. Esto es bueno y es malo. Es bueno porque no se me puede tachar de vaga o de vivalavirgen o de estar a verlas venir. Planifico cada día para ver todo lo que puedo mejorar en mi casa, en la vida de mi hija y en la mía, hago listas, y después lo llevo todo a cabo. Cada día, eso sí,  me salgo completamente del orden de lista, pero al final termina casi todo hecho y lo que no está hecho pasa a la lista del día siguiente.



Lo que me estresa no es el hecho de tener que hacer muchas cosas, sino las dudas a la hora de establecer las prioridades. Últimamente estoy poniendo en práctica un truquillo que parece que funciona. Os lo cuento:

Donde yo vivo, como en cualquier pueblo un poco grande, hay cementerio. Para ir desde mi casa a muchos sitios, como por ejemplo la casa de mi madre o Carrefour, cojo una carreterilla que pasa por el cementerio. El camposanto está bastante pegado a la pequeña carretera, de manera que ves las cruces de las tumbas al pasar a poco que gires la cabeza. Yo la giro siempre, dentro de los límites que me permite la prudencia al volante. O como mínimo vuelvo los ojos hacia ese lado y alguna tumba que otra siempre veo. ¿Porqué lo hago? No sé.

Puede que todo venga de algo que leí en algún momento, hace muchos años y no sé exactamente en donde. Lo que leí era que todos vamos a acabar bajo tierra y que por tanto es muy buena idea ir de vez en cuando a un cementerio y quedarse mirando las tumbas, para darnos cuenta de que todos, absolutamente todos vamos a dar con nuestros huesos bajo tierra. Mis doloridos huesos, ay. La persona que escribió esto y que siento mucho no recordar quién era, hablaba de Alejandro Magno y de todo lo que consiguió. Este hombre, Alex, parece ser que conquistó medio planeta (disculpad mi falta de cultura pero es aplastante), y para conquistar medio mundo de aquel entonces que debió ser hace la torta, no reparó en daños a la hora de cargarse a todo el que pillaba por delante, quemar aldeas, matar amigos y parientes, dejar que sus soldados violaran a todo quisqui, en fin lo que viene a ser la típica película de batallitas antiguas pero fuera de la tele. Por favor téngase en cuenta que en el medio mundo que conquistó este hombre no estaba América porque eso se descubrió después. Bueno, se descubrió o se encontró, porque el caso es que cuando llegaron allí las carabelas allí ya había un puñado de gente, que ahora están la mitad aquí y en cambio la mitad de los que estaban aquí están ahora allí. Cosas de la historia que hace que todo vaya cambiando de sitio por eras, como cuando te da cada verano por cambiar de sitio los muebles.

Sí, ya sé que me desvío del tema pero estoy trabajando para corregirme en esto también. Volviendo al tema, resulta que Alejandro era un verdadero cretino, pero claro este hombre tenía una prioridad, que era conquistarlo todo. Y desde luego en lo que se refiere a su objetivo era eficaz. Se le pueden echar en cara muchas cosas pero no que incumpliese sus objetivos. Sin embargo, parece que Alex al final de sus días y según el texto que leí, se dio cuenta de lo estéril que había sido su vida, porque había conquistado medio mundo, era el amo de todo lo conocido, todo el mundo le tenía miedo y sin embargo con un pie en la tumba vio que a pesar de todos sus logros iba a palmarla y que todo lo que había conquistado no le iba a servir para salvarse de su destino que era exactamente el mismo que el de toda la gente que había sido conquistada por él.

¿Cómo podría haber sido más feliz Alejandro? Se podía haber tomado unas cañas y unos huevos rotos en La Marcela y haberse relajado un poco, pero no habían puesto La Marcela todavía así que por ese lado lo tenía jodido. Pero Alex podría haber elegido establecer de otra forma sus prioridades, y nosotros hoy en día también.


Cuando tienes una lista de veinte cosas por hacer, algunas está claro que hay que hacerlas primero sin necesidad de echarle un vistazo al cementerio: por ejemplo la declaración de la renta si estás en Mayo, si estás en Julio encargar los libros escolares para Septiembre, si estás en el mes que sea  llevar al niño al médico si tiene fiebre, hacer la compra porque tienes la cocina vacía (por vacía no entendemos que te falta papel de cocina ya que el papel higiénico se puede entender como una prioridad absoluta, el papel de cocina no). Sin embargo a veces, una vez concluidas estas tareas vitales como es comprar papel higiénico, te queda una lista de quince cosas y todas parecen importantes y quieres hacerlas todas hoy, pero no hay tiempo para hacerlas todas hoy, y ahí llega el estrés. No puedes hacerlas todas hoy y te cuesta establecer prioridades. Muy bien, pues ahí, ahí mismo es donde entra el cementerio. Le echas un vistazo al pasar o simplemente echas un vistazo al rincón de tu cerebro donde tienes almacenada la imagen del cementerio que ves casi a diario. Y piensas: voy a acabar ahí, y desde esta perspectiva, de todo esto que hay en mi lista ¿qué es lo más importante? Muy bien, pues lo primero que viene a mi mente después de hacerme esa pregunta es lo que hago primero. Tomate, querido lector, un minutos para mirar la foto que pego a continuación y sentir lo que te transmite. Tras un minuto o dos mirándola, tendrás claras tus prioridades para hoy.




¿Mejor? Me alegro. Ahora vuelve conmigo.

También lo interesante es que cada uno tiene sus prioridades muy particulares y además estas pueden cambiar por días. Vamos, que hay días que si crees que vas a morir mañana, lo absolutamente vital puede ser pintarte las uñas de fucsia, comerte un helado de chocolate blanco, depilarte, leer el Lazarillo de Tormes, echar un polvo o ver Salvame. O si te pilla en un día muy maternal puede que dejes todo lo de la lista y vayas a ver Ice Age 4 con la niña o el niño o los niños según la camada de cada cual. Reitero que para las cosas que son absolutamente necesarias para el correcto funcionamiento de un hogar, no es necesario mirar las tumbas (absolutamente necesarios son el papel higiénico, leche, zumo, manzanas, huevos, toallitas desmaquillantes, etc…). Pero cuando ya entramos en priorizar las tareas secundarias, esto puede ser de gran ayuda.

Yo querría ser incinerada ya que estamos con el tema. No sé si esto será más barato o más caro pero ahí queda escrito.

Como vemos es un pequeño truco, es gratis, y sin embargo nos puede evitar cierta cantidad de estrés innecesario y ayudarnos a la hora de establecer las prioridades. Me da pena por Alejandro (magno), que no lo conocía pero claro, es porque el autor este que recomendaba visitar cementerios y cuyo nombre he olvidado no existía todavía. Probablemente era americano y como América no había sido aún descubierta, Alejandro no pudo tener acceso a su obra, y en cualquier caso el autor no habría nacido, y en cualquier caso Alejandro se lo habría cargado y no tenía tiempo para leer mucho. Nosotras tampoco pero leer mucho está sobrevalorado, creo yo.

Conozco a esa gente que lee mucho. “Es que yo leo mucho”. Ahá. “¿Y a quién estás ayudando con eso?”. Una cosa es leer, pero el que lee y lee compulsivamente y sólo lee… ¿qué nos aporta al resto?. Desde mi humilde y muy criticable opinión, un gran lector no hace un gran padre ni un gran marido ni un gran amigo ni un gran nada. Hace un tío que está enfrascado en su libro y no sabe que no queda papel higiénico salvo cuando va a limpiarse el culo y en ese momento te culpa a ti del hecho fatídico, porque no lees y según él, como no lees deberías al menos comprar papel higiénico para limpiar su culo de lector.





Luego está el que ha leído cuatro libros y presume de leer mucho. Eso ya es peor. No compra papel higiénico y ni siquiera lee. Líbrenos la virgen del petulante desabastecido.

Bien, pues creo que ya ha quedado aceptablemente descrito mi truco para priorizar y lo dejo ahí. Cuando la renta está hecha, la nevera llena y los niños atendidos, prioricemos con el alma. El cuerpo tarde o temprano se va.


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domingo, 8 de julio de 2012

El día en que Diana se fue


Muchas son las cosas que Facebook me ha aportado desde  que abrí mi cuenta inocente de mí, un día cualquiera allá por el 2008. La cosa empezó porque me llegó al mail de yahoo un correo de Alma García y aquello para abrirlo y terminar de verlo te obligaba a dar de alta un perfil en Facebook, cosa que hice. Al principio mi perfil era una cosa sin foto y sin nada. Como soy una persona con cierto afán exhibicionista (si no no tendría un blog), enseguida puse foto y ya el resto lo sabéis todos los que tenéis Facebook. Me puse a vivir una vida paralela a la mía. Tenía mi vida real, la de siempre, y mi vida de Facebook. Las dos vidas se iban entrelazando a ratos y competían por ver cuál era la vida más interesante, más enriquecedora, más ¿real? ¿Realmente la vida de Facebook no es real? En mi caso desde luego si no fuera porque mi hija está en mi vida real, diría que la vida de Facebook es más enriquecedora que la real. O lo era hasta hace un par de meses: hasta que se fue Diana.

No sé cuánto tiempo llevaba yo en Facebook cuando me “amistó” Diana. Algo así como año y medio puede ser. Es amiga personal de un tipo de Facebook que fue jefe mío hace años y al que no soporto (de hecho al final tuvimos una bronca descomunal en su muro y le acabé bloqueando por no tener que leerle), pero en cualquier caso este individuo me sirvió para conocer a Diana. Por algún misterioso motivo ella es muy amiga de este hombre. Vamos, se conocen desde la universidad.

Para comprender lo que ha significado para mí esta mujer, habría que colgar aquí los miles de párrafos tanto en muro como privados que hemos intercambiado y sus miles de comentarios ingeniosos, cosa imposible. Su talento como escritora es insuperable, y no es escritora, para desgracia del mundo literario, ya que si esta mujer no se decide algún día a escribir un libro, todas esas narraciones se habrán perdido en los muros de Facebook, junto con sus cartas privadas que por muy apasionantes que sean dudo que queden para ilustrar a futuras generaciones.

Ella más que escribir, pinta cuadros con las palabras, con las frases, con los párrafos. Mete unos rollos impresionantes eso sí. Para contarte una cosa que podría expresarse en tres líneas te envía siete párrafos, cosa que agradeces porque ni una línea sobra. Cada detalle te llega a través de su escritura como si realmente hubieras estado allí. La imaginas perfectamente peleando con tal pariente o con tal funcionario, defendiendo como una leona los intereses de sus cuatro hijos, a los que ha criado sola y aguantando golpes de un marido que por fortuna finalmente la dejó permitiendo así que por fin pudiera esta mujer compartir su talento con el mundo.

Ella es argentina. Confieso que hasta conocerla nunca había tenido mucho aprecio a los argentinos en general porque aquí tienen fama de snobs. Sí, Diana es snob. Pero se le perdona todo.

Nuestra infancia, entorno familiar, adolescencia y juventud, tenían elementos muy parecidos. Nos contábamos en mensajes privados nuestras vidas respectivas, y ella decía que éramos hermanas. Todas nuestras experiencias mutuas eran comprendidas desde el fondo del corazón de la otra, porque habíamos pasado por lo mismo… o casi por lo mismo. Sólo tú entiendes tu vida porque sólo tú la has vivido ¿verdad?  Pues esa es la unión que se da cuando encuentras a alguien que ha vivido lo mismo. La infancia y adolescencia de Diana eran tan similares a la mía que escribirnos y leernos nos hacía mucho bien, ya que de pronto alguien ahí, en el otro lado del mundo, entiende tus dolores de la infancia, de la adolescencia, tus soledades, tus luchas. La niña que fui encontró una mejor amiga en la niña que ella fue. Los detalles de las vidas de aquellas niñas quedan para nosotras.

Nos contábamos todo, y a lo largo de los años desde que nos conocimos, nos fueron pasando cosas. A ella unas cosas, a mí otras. Y nos las contábamos. Nos aconsejábamos, nos pedíamos consejos, nos apoyábamos, nos animábamos, llorábamos juntas por mensajes de Facebook, con lágrimas hechas de la misma agua y de la misma sal, las suyas rodaban por su mejilla en algún lugar de Argentina, cerca de Chivilcoy, las mías rodaban por mi mejilla en algún lugar de España, cerca de Madrid.





También nos reíamos mucho, muchísimo. A veces debíamos parecer dos locas, cada una en su casa delante del ordenador (la PC le llama ella), mirando la pantalla y a punto de rodar por el suelo de la risa.

Cuánto bien me han hecho esos ratos de risas que nos llevaban hasta el dolor de costillas. Llorábamos a veces de rabia, otras de tristeza y muchas muchas veces llorábamos de la risa. Sólo alguien brillante como ella te puede hacer reír así.

 En esos años en que chateábamos (o más bien éramos de mensajes largos), como digo algunas cosas cambiaron en nuestras vidas, en ambos casos a mejor.

Diana adelgazó nosecuántos quilos y por fin encontró el amor. Es probable que sea el amor de su vida, suponiendo que el amor de la vida exista cosa que yo dudo pero ya vemos que alguna gente lo encuentra, o encuentra algo a lo que se le puede llamar así. Ella parece que lo ha encontrado.




Ella ya no tenía tanto tiempo para el Facebook porque obviamente entre los cuatro hijos y su nueva pareja ya bastante tenía para atender en su vida real. Yo me alegraba mucho por verla tan feliz, y aunque ya nuestras charlas eran breves, me alegraba ver algún comentario o dos que colgaba cada día en algún muro, ya que por breves que fueran sus aportaciones, su ingenio y su maestría a la hora de escribir la cosa más trivial nunca te dejaba indiferente.

Ya en la última época nos comunicábamos mucho menos. Los mensajes privados fueron espaciándose hasta casi dejar de existir, pero daba igual porque yo seguía aquí y ella me veía, y ella seguía allí y yo la veía, y lo importante de los amigos es eso ¿verdad?, que estén, que existan.

Obviamente yo a casa de Diana no me puedo ir a tomar un café porque vive en Argentina, ni siquiera ya cerca de Chivilcoy sino que se mudó creo que a BA o cerca de BA cosa que a mí realmente me va a dar igual porque me pilla igual de lejos. Con esas distancias, en el único sitio donde tenía que estar era en Facebook. Con eso bastaba. Al fin y al cabo nunca tuvimos otra cosa. Por supuesto fantaseamos muchas veces con la idea de algún día tomar una deliciosa taza de té juntas, en un juego de té exquisito.




Un día entré en Facebook y ya no estaba. No, no me había “desamigado”, simplemente se había ido. Cerró su cuenta y se fue. Me envió un mail explicándome que había tenido algún problema y que además esto del Face le ocupaba demasiado tiempo. También añadió que seguiríamos comunicándonos por mail. No nos hemos comunicado por mail. Ahí reconozco que yo he sido la culpable. Tengo ya demasiados frentes abiertos que me roban tiempo en internet, entre el Facebook, los mails relacionados con gestiones necesarias de la vida, la cuenta del banco,  las gestiones varias que hay que hacer por internet, el whatsapp, etc., como para añadirle ahora más deberes. Tal vez fue un poco de rabieta infantil lo mío, pero pensé mira se fue así que ya volverá y si no pues ya me contarán de vez en cuando las niñas. Me refiero a sus preciosas gemelas de 21 años que tengo en Facebook (gracias chicas si leéis esto).

Total que como digo, Diana ya hace un par de meses o tres que no está en Face. No sé exactamente cuánto, perdí la cuenta. ¿Consecuencia? Facebook es un coñazo, un muermo, un peñazo soberano, un tostón. Ya sólo lo uso para colgar fotos de esas que “compartes” de otro muro. Y ya.

En serio lo cerraría, pero de verdad, lo cerraría, si no fuera porque algunos contactos que tengo tanto personales como potencialmente profesionales, están en Facebook y no los tengo en ningún otro lado, con lo cual es una herramienta que hay que tener abierta.

Sin embargo desde que se fue esta mujer, desde el punto de vista de riqueza de debates, charlas, conversaciones, comentarios y todo ese mundo del diálogo escrito que puede darse en un muro de Facebook… eso ya no existe. Murió.

No sé si aquellas charlas volverán. Yo sigo aquí aunque tampoco soy la misma (el tiempo pasa para todos y si no somos muy tontos nos va cambiando un poco). Tal vez ya es hora de pasar a otra etapa y aquello marcó una época de nuestras vidas que ya fue. Pero antes de cerrar aquel capítulo por completo sentía la necesidad de hacerle a aquella época de charlas interminables un pequeño homenaje, y ya que la palabra escrita es lo que nos unió, con la palabra escrita va este pequeño homenaje para mi querida amiga Diana. Que Dios te guarde siempre Dianita, a ti y a los tuyos.





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domingo, 20 de mayo de 2012

Que no me quito tío

No sabría decir cuál es el motivo por el que no he subido nada a este blog en tanto tiempo. Bueno sí, tal vez el miedo a ser leída. En cualquier caso, al ser el tiempo una invención de nuestra mente, algo irreal, algo relativo, seguiré como si nada.

No sé si he evolucionado como persona, o he madurado, o me he cansado de  luchar contra el mundo… el caso es que el título del blog tiene poca cabida en mi vida ya que he llegado a un punto en que casi nada me toca los huevos. De esta forma era difícil encontrar algo que añadir aquí, ya que vivo en un estado medio zen medio “algo me empieza a tocar los huevos pero pienso en lo absurdo que es cabrearse por cosas que van a seguir siendo como son por mucho que me cabree”. No, no estoy yendo de guay, es que realmente estoy llegando a ese punto. Igual es la edad o igual es que enfadarse me agotaba mucho o igual es que Dios me ha hablado o igual es que la salida de Cagadabank me ha lanzado a otra realidad en la que al no estar todo el día rodeada de gente negativa me he liberado del contagio de esas energías tan densas y esto me permite despegar, o tal vez es que he comprendido que todo absolutamente todo me toca los huevos y que es mejor relajarse y disfrutar.



Gracias por soportar esta introducción, amigo lector, suponiendo que existas. El título del blog no lo voy a cambiar, entre otras cosas porque creo que no se puede y paso de ponerme a abrir otro con lo vaga que soy (bastante que me pongo a escribir).

Dicho esto, hablaré a partir de ahora de cosas que me tocarán los huevos o no, pero sin ceñirme expresamente a esta exigencia tocahuevil, para evitar el riesgo de quedarme sin temas.

Hay algo que me tocaba un poquito los huevos, ya no tanto porque lo estoy analizando, y paso a hablar de ello.

Nos encontramos en el gimnasio. Sí, se puede decir que ese es mi hábitat ahora. Mi vida social, al no encontrar trabajo, gira en torno al gimnasio, los objetivos que quiero lograr, la gente que intento me asesore, los horarios, los descansos, las lesiones, la alimentación y todo eso. Este es mi segundo hogar:



Yo tengo claro mi objetivo: me quiero poner increíblemente fuerte. Más fuerte que el vinagre como dice un amigo. Quiero dar hasta miedo. Tras años de estar medio inválida por las contracturas generadas por la sobrecarga de trabajo, mi cuerpo quiere resarcirse. Quiero ser no ya la que fui, sino mucho más de la que fui, en términos de fuerza. Me sigue doliendo todo, pero me he aplicado el lema “what doesn’t kill you makes you stronger” y no me bajo de ahí.
Cinco días por semana voy allí, a mi nuevo universo. Entras y ya es otra dimensión. Ves todos los egos p’arriba y p’abajo. Empiezas a observarte, tus emociones cambian inmediatamente. Te sientes observada o eso crees. Cuando profundizas algo más y miras más objetivamente el entorno, percibes que no, nadie en realidad te observa. Todo el mundo se observa a sí mismo. Todo el mundo está pendiente de cómo los demás le miran o de cómo cree que los demás le miran o de cómo le gustaría que los demás le miren. Los demás en realidad no le miran porque están pendientes de cómo les miran a ellos. Esos grandes egos por ahí pululando entre las máquinas andan ajenos a todo lo que no sea impresionar. Da pena, porque cuando notas esto te das cuenta de que ninguno está consiguiendo ser visto por nadie.

Bien, pasado este momento en que decides observar tu pensamiento y tus emociones para detectar cualquier atisbo de inflación egotística y evitar caer en el patrón mental de “miradme soy guay” que tanto tiende a contagiarse en un gimnasio, pasas a hacer tu rutina.
 Esto es lo más y es lo que me tiene absolutamente enganchada y adicta al fitness. Para el que no entienda nada de esto, consiste básicamente en que cada vez mueves más peso. Bueno consiste en más cosas, pero la parte que engancha, que apasiona, que te mantiene yendo y no te deja rendirte aunque te duela todo, es esta. Coges una máquina concreta, miras tu tablita donde apuntas todo (yo apunto todo), y ves que donde empezaste con veinte levantas cuarenta. Y tienes un orgasmo. No vaginal sino emocional. Vamos que te corres viva de ver todo lo que levantas. Ya sé que esto es ego también pero lo encuentro un ego sano. Al menos en mi caso que debido a mis lesiones, hace dos años no levantaba ni una bolsa del Mercadona.

Las máquinas, pesas, barras, mancuernas y demás, son elementos absolutamente necesarios para este deporte. Y evidentemente en un gimnasio hay que compartir todos estos aparatos. Cuando sale el término compartir en cualquier contexto, se dan interacciones entre los egos de las personas. Y un gimnasio con los pedazos de egos que circulan por ahí, no puede quedarse fuera de esta norma.
Aquí se suele dar una conversación que a veces se lleva a cabo con palabras reales, pero las más de las veces transcurre a través de miradas, silencios y como mucho bufidos, gestos como mirar el reloj, al techo… Me explico con un ejemplo:


Yo estoy sentada en una máquina: pongamos por ejemplo que estoy haciendo el wide lat. El que quiera saber lo que es el wide lat, que ponga en google wide lat, para no enrollarme demasiado con cosas que no vienen al caso. Bueno mejor pego la foto arriba para que veáis que soy enrollada. Como decía estoy con mi máquina, y se acercan dos chavales (qué puta casualidad, justo ahora quieren hacer mi puta máquina cuando hasta hace un momento estaban hablando de sus tonterías junto al grifo de agua, pero es verte poner el culo en una máquina y venir como si te la fueras a llevar). Se acercan y se ponen detrás como a esperar a que acabes. Tú ni les miras y haces como si fueras ciega y además sorda porque como llevas el mp3 la salsa te tiene completamente absorbida (esto último además es cierto). Subes la música porque no te quieres desconcentrar de tus ejercicios por culpa de la presión de los chavales, y vas a por tus diez repeticiones. Te vuelves una con la música y levantas una, dos, tres… Celia Cruz y Ray Barretto te acompañan cantando “La Rumba no Tiene Raza”, cuatro, cinco, seis…. hasta diez. Paras. Ahora viene lo bueno porque tengo que hacer esto cuatro veces y descansar un minuto entre cada una de las veces. Miro hacia el lado de reojo. Los chavales me miran a ver si me levanto. Aquí se da una conversación sin palabras. Es una conversación mental. Las palabras de ellos no sé cuáles son, las mías sí claro. Las de ellos las imagino aunque igual soy demasiado mal pensada, porque aún no me he vuelto todo lo zen que quiero (paciencia que estoy en ello). Iré al grano de una vez, tened un poco de paciencia por Dios. La conversación que mentalmente mantengo / imagino que mantienen conmigo y entre ellos es esta:
Chavales:        A ver si se levanta la piba esta
Yo:                  Lo llevas claro gilipollas, me quedan tres series y tres minutos entre series
Chavales:        Es madurita pero tiene buen culo
Yo:                  Eso entretente mirando que tienes para rato
Chavales:        Es una vieja, además se podía pirar ya, pa lo que hace
Yo:                  No tendríais nada que hacer como ir a haceros una manuela al baño pajilleros
Chavales:        (Ya con voz real se me acerca uno en mi descanso de un minuto):
                        ¿Perdona? ¿Te queda mucho?
Yo:                  (Con voz real y con cara de tener tanta prisa como el pasajero cuyo tren sale 
                        dentro  de cuatro horas):
                        Me quedan dos series (culo bien pegado al asiento, no lo muevo ni para ponerme más cómoda).
Chavales:        (Mirándose con cara de resignación). Pues nada macho.

Esto se repite con cierta frecuencia. No mucho porque sería cansino pero un poco sí. Vamos que me resulta mucho más molesto esto que levantar peso. Levantar peso me gusta pero esto no me gusta. Sin embargo por alguna razón, cualquier cosa que me gusta tiene un componente social. Debe ser que en el fondo soy sociable. La verdad es que este es un buen ejercicio también de la inteligencia social. De esta forma mientras trabajo la espalda (en este ejemplo), trabajo también mi interior. Observo mis emociones. Me pongo nerviosa, como que tendría que darme prisa, lucho contra esa emoción pensando que yo tengo que terminar y que el que estén ahí no es mi problema, y así me paso observando la situación y mis emociones durante siete u ocho minutos, mientras mi cuerpo trabaja.


La verdad es que el progreso muscular es más rápido que el interior. O al menos más visible. En estas situaciones me sigo poniendo nerviosa. Me gustaría, me encantaría que me diera igual cuando vengan o dejen de venir. Pero no. Me pongo nerviosa. Me agobio y pienso que tengo que acabar ya. Cuando no es así, porque cuando están ellos (que encima entrenan de dos en dos y se turnan y charlan entremedias y todo), pues ellos no se levantan ni a tiros. Tanto es así que muchas veces tengo que pasar a la siguiente máquina y luego volver cuando sea. Este va a ser un buen entrenamiento para desarrollar mi capacidad de estar en tensión, porque a medida que me van cambiando la tabla a máquinas que son utilizadas más habitualmente por hombres que por mujeres, estos episodios se vuelven más frecuentes. Espero estar a la altura. A veces me siento tan incómoda que mientras me presionan con la mirada pongo cara de póquer pero por dentro estoy pensando “¡Ay Señor llévame pronto!”.

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