No sé si he evolucionado como persona, o he madurado, o me he cansado de luchar contra el mundo… el caso es que el título del blog tiene poca cabida en mi vida ya que he llegado a un punto en que casi nada me toca los huevos. De esta forma era difícil encontrar algo que añadir aquí, ya que vivo en un estado medio zen medio “algo me empieza a tocar los huevos pero pienso en lo absurdo que es cabrearse por cosas que van a seguir siendo como son por mucho que me cabree”. No, no estoy yendo de guay, es que realmente estoy llegando a ese punto. Igual es la edad o igual es que enfadarse me agotaba mucho o igual es que Dios me ha hablado o igual es que la salida de Cagadabank me ha lanzado a otra realidad en la que al no estar todo el día rodeada de gente negativa me he liberado del contagio de esas energías tan densas y esto me permite despegar, o tal vez es que he comprendido que todo absolutamente todo me toca los huevos y que es mejor relajarse y disfrutar.
Dicho esto, hablaré a partir de ahora de cosas que me tocarán los huevos o no, pero sin ceñirme expresamente a esta exigencia tocahuevil, para evitar el riesgo de quedarme sin temas.
Hay algo que me tocaba un poquito los huevos, ya no tanto porque lo estoy analizando, y paso a hablar de ello.
Nos encontramos en el gimnasio. Sí, se puede decir que ese es mi hábitat ahora. Mi vida social, al no encontrar trabajo, gira en torno al gimnasio, los objetivos que quiero lograr, la gente que intento me asesore, los horarios, los descansos, las lesiones, la alimentación y todo eso. Este es mi segundo hogar:
Yo tengo claro mi objetivo: me quiero poner increíblemente
fuerte. Más fuerte que el vinagre como dice un amigo. Quiero dar hasta miedo.
Tras años de estar medio inválida por las contracturas generadas por la
sobrecarga de trabajo, mi cuerpo quiere resarcirse. Quiero ser no ya la que fui,
sino mucho más de la que fui, en términos de fuerza. Me sigue doliendo todo,
pero me he aplicado el lema “what doesn’t kill you makes you stronger” y no me
bajo de ahí.
Cinco días por semana voy allí, a mi nuevo universo. Entras y
ya es otra dimensión. Ves todos los egos p’arriba y p’abajo. Empiezas a
observarte, tus emociones cambian inmediatamente. Te sientes observada o eso
crees. Cuando profundizas algo más y miras más objetivamente el entorno,
percibes que no, nadie en realidad te observa. Todo el mundo se observa a sí
mismo. Todo el mundo está pendiente de cómo los demás le miran o de cómo cree
que los demás le miran o de cómo le gustaría que los demás le miren. Los demás
en realidad no le miran porque están pendientes de cómo les miran a ellos. Esos
grandes egos por ahí pululando entre las máquinas andan ajenos a todo lo que no
sea impresionar. Da pena, porque cuando notas esto te das cuenta de que ninguno
está consiguiendo ser visto por nadie. Bien, pasado este momento en que decides observar tu pensamiento y tus emociones para detectar cualquier atisbo de inflación egotística y evitar caer en el patrón mental de “miradme soy guay” que tanto tiende a contagiarse en un gimnasio, pasas a hacer tu rutina.
Las máquinas, pesas, barras, mancuernas y demás, son
elementos absolutamente necesarios para este deporte. Y evidentemente en un
gimnasio hay que compartir todos estos aparatos. Cuando sale el término compartir en cualquier contexto, se dan
interacciones entre los egos de las personas. Y un gimnasio con los pedazos de
egos que circulan por ahí, no puede quedarse fuera de esta norma.
Aquí se suele dar una conversación que a veces se lleva a
cabo con palabras reales, pero las más de las veces transcurre a través de miradas,
silencios y como mucho bufidos, gestos como mirar el reloj, al techo… Me
explico con un ejemplo:
Yo estoy sentada en una máquina: pongamos por ejemplo que
estoy haciendo el wide lat. El que
quiera saber lo que es el wide lat,
que ponga en google wide lat, para no
enrollarme demasiado con cosas que no vienen al caso. Bueno mejor pego la foto arriba para que veáis que soy enrollada. Como decía estoy con mi máquina, y se acercan dos
chavales (qué puta casualidad, justo ahora quieren hacer mi puta máquina cuando
hasta hace un momento estaban hablando de sus tonterías junto al grifo de agua,
pero es verte poner el culo en una máquina y venir como si te la fueras a
llevar). Se acercan y se ponen detrás como a esperar a que acabes. Tú ni les
miras y haces como si fueras ciega y además sorda porque como llevas el mp3 la
salsa te tiene completamente absorbida (esto último además es cierto). Subes la
música porque no te quieres desconcentrar de tus ejercicios por culpa de la
presión de los chavales, y vas a por tus diez repeticiones. Te vuelves una con
la música y levantas una, dos, tres… Celia Cruz y Ray Barretto te acompañan cantando
“La Rumba no Tiene Raza”, cuatro, cinco, seis…. hasta diez. Paras. Ahora viene
lo bueno porque tengo que hacer esto cuatro veces y descansar un minuto entre
cada una de las veces. Miro hacia el lado de reojo. Los chavales me miran a ver
si me levanto. Aquí se da una conversación sin palabras. Es una conversación
mental. Las palabras de ellos no sé cuáles son, las mías sí claro. Las de ellos
las imagino aunque igual soy demasiado mal pensada, porque aún no me he vuelto
todo lo zen que quiero (paciencia que estoy en ello). Iré al grano de una vez, tened
un poco de paciencia por Dios. La conversación que mentalmente mantengo /
imagino que mantienen conmigo y entre ellos es esta:
Chavales: A ver
si se levanta la piba estaYo: Lo llevas claro gilipollas, me quedan tres series y tres minutos entre series
Chavales: Es madurita pero tiene buen culo
Yo: Eso entretente mirando que tienes para rato
Chavales: Es una vieja, además se podía pirar ya, pa lo que hace
Yo: No tendríais nada que hacer como ir a haceros una manuela al baño pajilleros
Chavales: (Ya con voz real se me acerca uno en mi descanso de un minuto):
¿Perdona? ¿Te queda mucho?
Yo: (Con voz real y con cara de tener tanta prisa como el pasajero cuyo tren sale
dentro de cuatro horas):
Me quedan dos series (culo bien pegado al asiento, no lo muevo ni para ponerme más cómoda).
Chavales: (Mirándose con cara de resignación). Pues nada macho.
Esto se repite con cierta frecuencia. No mucho porque sería cansino pero un poco sí. Vamos que me resulta mucho más molesto esto que levantar peso. Levantar peso me gusta pero esto no me gusta. Sin embargo por alguna razón, cualquier cosa que me gusta tiene un componente social. Debe ser que en el fondo soy sociable. La verdad es que este es un buen ejercicio también de la inteligencia social. De esta forma mientras trabajo la espalda (en este ejemplo), trabajo también mi interior. Observo mis emociones. Me pongo nerviosa, como que tendría que darme prisa, lucho contra esa emoción pensando que yo tengo que terminar y que el que estén ahí no es mi problema, y así me paso observando la situación y mis emociones durante siete u ocho minutos, mientras mi cuerpo trabaja.
La verdad es que el progreso muscular es más rápido que el
interior. O al menos más visible. En estas situaciones me sigo poniendo
nerviosa. Me gustaría, me encantaría que me diera igual cuando vengan o dejen
de venir. Pero no. Me pongo nerviosa. Me agobio y pienso que tengo que acabar
ya. Cuando no es así, porque cuando están ellos (que encima entrenan de dos en
dos y se turnan y charlan entremedias y todo), pues ellos no se levantan ni a
tiros. Tanto es así que muchas veces tengo que pasar a la siguiente máquina y
luego volver cuando sea. Este va a ser un buen entrenamiento para desarrollar
mi capacidad de estar en tensión, porque a medida que me van cambiando la tabla
a máquinas que son utilizadas más habitualmente por hombres que por mujeres,
estos episodios se vuelven más frecuentes. Espero estar a la altura. A veces me
siento tan incómoda que mientras me presionan con la mirada pongo cara de póquer
pero por dentro estoy pensando “¡Ay Señor llévame pronto!”.
Hola hispanohablante. Me interesan mucho tus experiencias similares y tus opiniones. Desde España, desde América Latina o desde donde quiera que estés, te pido que compartas tus comentarios. ¡Escribe lo que estás pensando! Con educación y respeto por favor.
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