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lunes, 16 de julio de 2012

Me duele la espalda, o la pierna, o el brazo, o el pié: ¿Voy a entrenar o me quedo en casa?



El título que ves arriba ha sido durante doce años mi pan de cada día.  Me duelen hombros, brazos y dedos, de forma habitual, y yo diría que bastante. Además de esto he sido bendecida con episodios intermitentes de lumbalgia. Esto es muy bonito porque ya sabes que cuando nos duele algo nos acercamos al Señor en oración. La putada es que dejamos de ir al gimnasio.

Al principio te duele pero dices: bueno no voy a dejar de entrenar, no estoy tan mal. Voy a ir y luego estiro bien, y si algún ejercicio me molesta mucho ese no lo hago de momento. Haces tu rutina de ese día con molestias en muchos de los ejercicios y te vas a casa después de la ducha sintiéndote con la conciencia tranquila pero aparte de la conciencia el resto de ti se siente como el culo. Lo que te dolía te duele más.

Llegas a casa. Hablas por teléfono con tu novio, novia, madre, vecino, y al día siguiente con un compañero del curro. Lo que oyes una y otra vez como si fuera el rosario es: es que así no sé cómo vas al gimnasio, lo que tienes que hacer es reposo. Ve al médico. Ve, ve al médico porque siempre hay que descartar cosas que un médico sí pueda curar. Si el médico ve que es una de esas cosas que no te va a poder curar, por supuesto te va a mandar reposo “relativo”, que es cojonudo para tu empresa y para todo el mundo menos para ti, porque esto consiste básicamente en que puedes ir a currar y puedes hacer de todo menos lo que te gusta que es entrenar. A lo mejor si el médico es un alma caritativa te deja incluso echar un polvo el fin de semana, pero despacito.




Tú, el amo y señor de tu vida, el que gobierna en ella y el que toma las decisiones que al final mueven tu destino, estás hecho un lío. Tú por dentro quieres entrenar, no quieres dejarlo porque sabes que te ha costado mucho llegar al punto en el que estás. Pero tu novi@ dice no, tu madre dice no,  tus compañeros del trabajo dicen no, el médico dice no, y lo que es mucho peor: tu cuerpo ya te dice que no no no no y no. Lo has intentado. Llevas dos semanas yendo a entrenar con dolor, no se te quita, y piensas que a lo mejor tienen razón: si lo dice un médico… Los únicos que te animan a seguir entrenando son tus compis del gimnasio, pero con el dolor de lumbares, o de hombro, o de pierna o de tobillo, o de lo que sea que tienes… habría que verlos a ellos en tu situación, que hablar es muy fácil. Además, piensas, aquí en el fondo somos todos un poco flipados y entendemos mucho de crecer, de definir y de batidos, pero esto ya es serio.






Lo más importante de todo esto es que tu cuerpo dice no. Y tampoco es inteligente pasar durante mucho tiempo de lo que dice tu cuerpo porque ahí sí que te puedes llevar un buen susto.

¿Qué podemos hacer en estas situaciones?

Daré mi opinión en base a mi experiencia, y dejando por sentado que ni soy médico ni fisioterapeuta ni nada sino simplemente una sufrida paciente de muchos médicos, fisios, osteópatas quiroprácticos, y que me encanta ese sonido que escuchas en el gimnasio cuando chocan dos placas de hierro entre sí. Creo que en alguna vida anterior debí de ser herrero, o herrera ¿había herreras?





Intentaré resumir lo que ha sido mi experiencia desde hace unos …. doce años en que empecé a tener dolores, hasta ahora, para ver si así te puedo ahorrar directamente doce años de calvario de una tacada.

Lo primero que hice hace doce años cuando el médico me dijo que dejara el gimnasio y que sólo hiciera natación fue hacerle caso. Un mes de reposo absoluto (estaba muy mal), y después iba a nadar. Me gusta, pero no es lo mismo ¿verdad?

Pasé muchos años en los que no me acercaba al hierro ni por casualidad porque me habían grabado a fuego en la mente que el hierro era el demonio. Y diciéndolo tanta gente no vas a dudar.

Cuando nadar se hizo imposible porque mis horarios laborales no eran compatibles con la piscina, empecé a correr. Ya me volví una loca del correr. Tenía también y tengo, un esguince de tobillo mal curado, pero esto con unas buenas Asics más o menos se iba llevando. Bailaba salsa, vamos, me movía. Tenía una bici en casa, pero de carga nada de nada. A todo esto todos mis dolores seguían ahí y además, iban a más.

Mientras tanto iba periódicamente a médicos, fisios (soltando pasta siempre claro), osteópatas, quiroprácticos y todo tipo de sitios. En mi desesperación por revertir mi deterioro físico llegué a ir a una especie de bruja que está en Vicalvaro que bueno, eso ya para otro día porque eso es para un libro, o dos. También pasé por manos de una china acupuntora que no me sirvió para aliviar los dolores en lo más mínimo pero espero haber contribuido a que se compre algún piso en la playa, porque me sacaba cincuenta euros cada vez que iba.

Luego descubrí el Pilates. Cuando digo luego me refiero a mucho después, vamos, después de años de estar mal. Entre medias tuve un embarazo, nació mi hija, y esta experiencia que ha sido la mejor de mi vida, también se cobró su factura desde el punto de vista del dolor: embarazo, coger peso, malas posturas en la lactancia. Pero esto sí que me da igual, ya que sarna con gusto no pica.

Mi experiencia con el Pilates fue buena porque me enseñó cosas sobre mis músculos abdominales que ningún otro ejercicio me ha enseñado. Antes hacía los abdominales con el cuello y con las lumbares, y un poco con el abdominal. El Pilates te enseña a controlar tu pared abdominal como ninguna otra disciplina, así que para el que tenga tiempo, siempre es bueno aprender un poco de Pilates como complemento para cualquier otro deporte.

Después de un tiempo tampoco podía correr. Desde que me quedé embarazada se acabó mi hora de correr diaria, y después del parto menos, porque no tenía con quien dejar a la niña para salir a la calle. Salía del trabajo y la tenía que recoger en la guardería, y como sabemos no se puede dejar a un bebé sólo para ir a correr.

El Pilates lo hacía no porque me gustase sino porque el médico decía que solo podía nadar o hacer Pilates, y mi logística casa-guardería-trabajo-guardería-casa no me dejaba tiempo para piscinas. Lo único que podía hacer era Pilates que estaba al lado del trabajo y eran cuarenta y cinco minutos. Mi hora para comer era una hora, no tenía el típico trabajo en que puedes alargar la comida, así que en una hora tenía que ir, cambiarme, hacer Pilates 45 minutos y volver. Sí me daba tiempo sí, pero volvía con la lengua fuera. Me comía un sándwich antes o después y listo. Todo esto sin duchar claro, menos mal que no sudaba mucho y que uso un buen desodorante.





Bueno ya, ya llegamos al hierro. En agosto del año pasado no sé qué me dio que dije mira se acabó, estoy harta me voy a apuntar a un gimnasio. Hay un gimnasio con guardería en Madrid que tiene varias sucursales, el Virgin Active, y me apunté.

Yo llegué al monitor en plan: mira soy medio inválida y me puso una rutina para medio inválidos, en unas máquinas especiales que usa la gente muy mayor o con lesiones importantes. Un mes estuve con eso. Luego otro monitor majíiiiiiiiiiisimo me hizo pasarme a las máquinas “normales” con peso mínimo. Misteriosamente empecé a sentirme mejor. Me dolía lo mío, pero me sentía mejor, más fuerte, más entera, y el dolor no era mayor. Cuando llevaba dos meses empecé con una lumbalgia monumental y eso ya pudo conmigo, dejé de ir. Iba un día y hacía elíptica pero estaba muy quemada. Era como que cada vez que quería cuidarme mi cuerpo se rebelada. Es que ya ni la elíptica porque aún con eso me dolía. Me veía condenada a un círculo vicioso en el que cada vez podía hacer menos y entonces cada vez estaba más débil con lo cual esto me llevaba a hacer todavía menos. Ya no veía el final de mi declive más que sin poderme mover del sofá.

Sin embargo a pesar de esta experiencia deprimente, estaba decidida esta vez a no abandonar. Había una vocecita en mi interior que me decía sigue, intenta un poco más, busca un poco más. Y esa vocecita me empujaba al gimnasio aunque fuera para hacer elíptica solamente y en la intensidad dos para que no me tirase de la lumbar. Al estar en paro tengo tiempo y pensé “me lleve el tiempo que me lleve yo tengo que encontrar una solución a esto”. Confieso que si esto me pilla currando y siendo madre como soy, lo más probable es que me habría rajado.

La solución fue conocer a R.  Allí en el gimnasio hay varios entrenadores personales a los que obviamente hay que pagar aparte. Eché cuentas de lo que me gasto en fisios, quiroprácticos y demás, y pensé, voy a contratar a esta chica y me dejo ya de masajitos que en realidad no sé hasta qué punto me están ayudando.

Esta entrenadora, tengo la suerte de que es fisioterapeuta. No sé si un entrenador que no sea fisioterapeuta habría sabido llevarme tal y como traigo yo el chasis.

¿Qué he descubierto con ella? Pues que no, no hay que dejar de entrenar. Hay que adaptar las rutinas a lo que tienes. Claro que esto no lo sabe hacer cualquiera pero ella sí. Me explico: esto no lo sabe hacer el monitor de sala, y no lo sabe hacer cualquier entrenador personal. Llevo dos meses con ella y me siguen doliendo las lumbares, bueno hoy menos. Pero ella me estira y cada vez que la veo me duele menos. Media hora me estira las lumbares (esto duele mucho), y otra media hora entrenamos. No creas que el entrenamiento dadas mis dolencias tiene un pelo de light. No me perdona una repetición ni aunque me vea llorar lágrimas de sangre, me pone mucho más peso del que yo pienso que puedo levantar, y me dice que es que estoy trabajando sólo al 60% de mi capacidad (¡¡y yo que creía que estaba llegando al fallo muscular!!!). No hija no, el fallo muscular yo no lo conocía. Me puso a hacer bíceps con la barra y no me dejaba parar. Cuando mi brazo directamente estaba a punto de quebrarse que yo le decía “¡por dios te lo juro le digo a mi brazo que levante pero no obedece, te lo juro!”. No sé qué vió en mi cara que me dijo: “Vale, para. ¿Lo ves? ESO es el fallo muscular”. 


Vamos que si quieres estar de relax no te cojas una entrenadora fisioterapeuta y vete mejor a un centro de rehabilitación. A mí no me sirvió de mucho el centro de rehabilitación pero allí al menos te echas unas siestas y charlas con la gente mayor que siempre aporta experiencia.

¿Qué haría yo si pudiera ir para atrás en el tiempo? Pues me habría dejado de pagar tanto masaje, tanto osteópata  y tanto de todo, y me habría cogido un entrenador personal muchos años antes.

Pero no un entrenador que se empeñe en entrenarte como si fueras Rambo: no olvides que tienes una lesión. Por mucho que te levantes a las cinco de la mañana, te desayunes ocho claras de huevo, te vayas a correr por tu barrio y levantes los brazos triunfante cuando llegues a lo alto de las escaleras del polideportivo, esto no te convierte en Rocky. Tienes una lesión: no lo olvides y sé responsable. Tienes condromalacia, o hernia discal, o artrosis cervical, o un esguince, o lo que tú tengas. Trabaja CON ESO. Integra esa dolencia como algo muy a tener en cuenta al elaborar tus rutinas, y si no lo sabes hacer (los que no somos profesionales no lo sabemos hacer), cógete un BUEN entrenador y ese dinero te lo quitas de ir al fisio todas las semanas, al menos durante un tiempo, hasta que el entrenador ya te haya marcado bien bien tu camino a seguir. Después con una vez al mes que le veamos nos sabrá encarrilar en lo que nos haga falta y ya volveremos al fisio si vemos que realmente nos ayuda. Lo de BUEN entrenador lo pongo con mayúsculas porque estoy convencida de que un mal entrenador lo que va a conseguir es terminar de joderte. Mucho cuidado con esto. La mía es fisioterapeuta como ya dije, y esto creo que sería lo ideal. Claro que imagino que de estas hay pocas y pocos…

Ah, también me ha puesto la dieta. Más o menos lo que todos sabemos pero con algunos cambios muy importantes. Ej: lacteos fuera, nada, ni desnatado ni nada. Si quieres definición no hay leche en ninguna de sus formas. ¿Qué si lo he notado?  Muchísimo. Pero el tema dieta otro día.

Espero haber servido de ayuda a alguien, aunque sea a una sola persona, ya que sé lo que se sufre cuando amas este deporte y durante años y años cada vez que intentas volver tu cuerpo se rebela y es como darte cabezazos contra un muro. Mi suerte ha sido que se cruzara en mi camino esta entrenadora, y como no me quiero quitar mérito también quiero mencionar que mi arma ha sido no rendirme. Doce años intentando volver al hierro, son años ¿eh? Creo que me merecía este regalo J


 

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