Suelo entrenar sola en un macrogimnasio muy completo de las afueras de Madrid.
Siempre pensé que sería bueno tener una compañera con la que
entrenar y motivarnos mutuamente. La tuve una vez cuando yo tenía unos veinte
años. Me duró dos años y se llamaba Silvia. Después se fue a vivir a Estados
Unidos y después por cosas de la vida, murió. Esos dos años con ella fueron los más
divertidos para mí en un gimnasio.
A día de hoy, disfruto mucho porque me gusta entrenar aunque
sea sola, pero nada que ver el día que me asesora Raquel y paso una hora con
ella. Entrenar sola, por mucho MP3 que te acompañe, siempre es más duro, más
tedioso, menos emocionante, aunque hay que reconocer que fortalece la voluntad
y el carácter. Es una lucha diaria contra tus propias resistencias mentales,
contra esa vocecita de “nooooo, estoy cansadaaaaa, qué aburrimiento otra
veeeez, total pa quéeeeeee” y un largo etc. que todos escuchamos en nuestras
cabezas muchos días.
Cuando esa vocecita te grita fuerte y además coincide con
que estás atravesando una época muy atareada, dejas de entrenar un tiempo y ahí
se jodió el progreso y tiras por la borda horas y horas de durísimo trabajo. La
excusa de “estoy demasiado liada” viene muy bien. Esos glúteos que empezaban a
parecer de piedra empiezan a blandear. Tu churri que te decía “qué culo más
duro se te está poniendo” ahora te dice “a mí me gustas también así” (horror,
ahora le gustas sólo porque te quiere que si no…), tu hija te dice con cariño “qué
tripita más gordita mamá”, tu madre te dice “estás mucho mejor así, antes
estabas demasiado delgada” (horror, horror, ahora sí nos estamos acercando
peligrosamente a la zona del sobrepeso), tus compañeras de trabajo TE SONRÍEN
(oooohhhhh ahora sí puedes estar segura de que estás gorda, se acabó, hay que
volver a entrenar y hay que hacerlo ya, antes de que sea demasiado tarde).
Lograr el éxito en nuestros objetivos, en el fitness y en
todo, está absolutamente ligado a la constancia. La constancia y yo nunca hemos
sido muy afines. Por eso me he quedado a la mitad de mi potencial en casi todo
lo que me he propuesto. Digo casi todo ¿eh? En alguna cosa que otra creo que he
cumplido casi al cien por cien. En cambio en el fitness… debería ser mucho,
mucho más constante. Intercalo temporadas de entrenar a tope y sin hacer
novillos, con épocas en las que el “estar muy liada” o estar saliendo de una
gripe o trancazo o tener lumbalgia o lo que sea porque dios mío siempre tengo
algo, me lleva a dejar los entrenamientos. Esto es absurdo y además cuando ya
te has estado machacando unos meses, dejar dos meses de entrenar es una
catástrofe. Es como ir palante, patrás, palante, patrás, y así hasta que te
mueras, sin llegar a ningún sitio. Esta vez no me va a pasar, por mis muertos.
Hay cosas que ayudan mucho a perseverar en el entreno. Una
de las cosas que me ayuda es entrar cada mañana en facebook y ver lo que ha
posteado gente como Ingrid Romero,
https://www.facebook.com/ingridromero23, que se lleva a sus gemelos de meses al
gimnasio y los pone a dormir en sendas mantitas mientras entrena, Natalie Jill,
que entrena en casa, Lorraine Haddad, Jamie Eason,
https://www.facebook.com/OfficialJamieEason, que… bueno, qué se puede decir de
Jamie que no se vea en una sola imagen, y todas estas locas del fitness que
antes de perder una sesión de entreno serían capaces de caminar descalzas sobre
carbón candente. Verlas cada día ayuda a recordar que tú estás interesada en
eso y que “cada paso que das te acerca o te aleja de tu objetivo” (frase de
Raquel, gracias siempre por haberla conocido).
Algo que ayuda igual o tal vez más que ver a diario en
facebook a todas estas reinas del fitness, es tener una compañera de entreno o
training buddie. Yo no tengo. Serán cosas kármicas, pero resulta que en mi zona
y en mi horario no conozco a nadie que quiera entrenar como yo lo hago. Tengo
alguna amiga que va a mi gimnasio pero es más de clases colectivas, algo que me
gusta pero no es mi manera de entrenar.
Este mes de julio he pasado los diez últimos días de nuevo
en Aguadulce con
www.vacacionessingles.com,
todo muy bien por cierto. Esto si surge ya se contará otro día. De allí he
vuelto a Madrid con una amiga y su hija. Son de Asturias. Esta chica también
está un poco pirada por las dietas y el fitness. Al llegar a Madrid, en lugar
de plantearnos visitar museos y/o bares como habría de esperar de cualquier
persona humana, nos hemos dedicado a ir todos los días a mi gimnasio. Bueno
todos los días no. De cuatro días que han estado hemos ido tres. No está mal
¿verdad? Realmente no nos quedaba otra opción ya que veníamos de estar diez
días en un todo incluido y nos hemos hinchado a comer postres. Yo de hecho me
iba a por el postre (que a veces es lo único que comía porque la comida-comida
me aburre), y volvía con un plato con flan de chocolate y mousse de plátano.
Después repetía flan de chocolate y por último remataba con un heladito. ¿Mal?
Sí, sí, muy mal pero son diez días al año que me permito desbarrar con la
comida así que esos días no miro nada. Bueno sí, miro los postres y voy a
disfrutar y punto. Carpe Diem.
Ella, mi amiga Asturiana, en Asturias entrena sola en un
gimnasio que tiene en su casa. Yo en Madrid entreno en mi gimnasio, también
sola pero al menos viendo gente. La experiencia de entrenar estos tres días
juntas en mi gimnasio ha sido definitivamente positiva. Diría incluso más
porque estábamos pletóricas. El primer día parecíamos dos crías a las que hubieran
soltado en el parque de atracciones. Yo estaba deseando enseñarle todas las
maquinuquis y trastitos de mi gym, y ella estaba deseando subirse a todo.
En cuanto al entrenamiento, no es lo mismo entrenar con tu
MP3 y tus pensamientos, por sublimes y positivos que sean, que entrenar con
alguien con quien bromeas, comentas, te apoyas, te animas, y que tiene el mismo
chip mental que tú en lo que se refiere al ejercicio. Es que no tiene
absolutamente nada que ver. Es infinitamente más llevadero entrenar con un
compañero o compañera. Aparte de pasarlo mejor el rato que estás en el
gimnasio, te escaqueas menos.
Por ejemplo, de los tres días que fuimos a entrenar, el
tercero yo me quería rajar (en el leguaje mental de las excusas esto se llama “día
de descanso”). Ella me dijo: venga vamos hoy y ya mañana descansamos. Y fuimos.
Hala, un día de entreno que ya no me he saltado gracias a mi training buddy.
El tema funciona bien: una empuja cuando la otra no quiere
ir, la otra apunta que es una tontería comerse un trozo de pizza después de la
paliza que nos hemos metido… así la cosa va fluyendo con más facilidad. La
unión hace la fuerza, cuatro ojos ven más que dos, no nos moverán, etc., etc.
Después de esos cuatro días en Madrid, como buena acoplada
que soy, me he venido a su casa de Asturias. Digo casa por llamarlo así pero en
realidad esto es un casoplón del quince. De hecho estoy escribiendo en la
cocina y creo que si salgo de aquí me voy a perder así que no me moveré de la
silla hasta que se despierte alguien.
Mi colega aquí en su mansión, tiene un gimnasio para ella
sola en el sótano de casa. Subo fotos (esto es una parte, tiene más cositas):
Ella entrena aquí
solita, lo cual no deja de ser admirable porque si a veces da pereza entrenar
sola en un gimnasio en el que estás viendo gente a tu alrededor que está a lo
mismo, no te digo nada entrenar sola sin ver a otra gente sudorosa rodeándote. Más
teniendo en cuenta que la mayoría de los mortales se empeñan en decirnos cosas
como “qué exagerada, es que estás obsesionada, si no te hace falta, si estás
fenomenal para qué entrenas” (pues hombre, ¿para estar fenomenal?). Vamos, que
cuando quieres encontrar una excusa para no entrenar tienes miles de amigos y
familiares dispuestos a apoyarte en ello. En un gimnasio al menos verás otros
cincuenta tarados como tú que están dispuestos a ir allí un domingo por la
tarde y eso te hace pensar: “mira, mientras yo estaba planteándome echar la
siesta viendo qué tiempo tan feliz, esta guarra ya estaba aquí haciendo
sentadillas”. Y ya te pones las pilas para una semana más. El ser humano
compite por naturaleza así que quieras que no, tener gente con la que montarte
tu competición imaginaria siempre motiva.
Me hallo como decía antes en la cocina de este casoplón
asturiano y mientras el resto de las almitas de la casa duermen yo os cuento
todo esto. La idea es luego entrenar juntas mi amiga y yo en el gimnasio que
tiene abajo, con la sempiterna intención de ponernos más fuertes que el
vinagre. Yo aún no desisto en la idea de tener algún día los glúteos de Ingrid
Romero, aunque sé que para eso me queda un rato.
Si estuviese en esta casa yo sola es muy probable que hoy no
entrenase, o mañana. Pero como estamos aquí las dos colegas amantes del fitness
(o como nos llaman por ahí: obsesas, exageradas, no felices, y miles de
calificativos ingeniosos), pues nos empujaremos la una a la otra hasta el
sótano mientras las niñas juegan a ser mayores, y nos pondremos a entrenar. Y
ese pasito nos acercará un poco más a nuestro objetivo.
Después, cuando yo me vaya de aquí, ella seguirá entrenando
aquí solita y yo en mi gym de Madrid solita, a no ser que encuentre allí una
compi de entrenamiento. Mientras tanto: tú a Boston y yo a California.